Capítulo XI
Restos del naufragio (3)
(Si no leyó la entrega anterior pinche aquí. Luego le traemos de vuelta)
...hasta que en octubre me cansé: salí de una
reunión en la que se me ordenaba tomar una decisión que estaba segura de que no
era correcta, por muchos motivos, motivos que expuse y defendí a capa y espada.
Y me cansé, no me gustaron las formas, ni los modos, ni me gustaba que mi
opinión se obviase como si la única que ponía sobre la mesa los problemas fuese
yo. La dirección desoía mis recomendaciones, no atendía a las quejas que
trasladaba desde el personal, no escuchaba ni daba valor a mi opinión
profesional, así que terminé por cansarme.
Presenté en la dirección provincial
mi solicitud de comisión de servicios al hospital de Madrid. Como conocía bien
a la directora de enfermería del centro madrileño, conseguí ser reclamada y se
arregló todo perfecta y rápidamente para una salida honrosa.
Supongo que también fue un alivio para “ellos”,
pues la sucesión de enredos, mala información, imposiciones y falta de
transparencia se sucedieron. Pero mi mala leche siguió aumentando aunque sabía que me iba, que era cuestión de semanas o días, hasta
que al final me fui más o menos en la fecha que había previsto.
Porque durante los meses en que
fui madurando mi decisión de largarme con viento fresco, y empecé a anunciarlo,
creo que nadie me creyó, al menos en la dirección del centro. Nadie trató de
persuadirme para que me quedara, ni me preguntaron -o se preguntaron- si podían hacer algo razonable para que
yo cambiase de decisión... y quizá eso fue lo que más me dolió, que durante año
y medio regalé mi tiempo y mi esfuerzo sin que nadie agradeciese mi trabajo,
que efectivamente era remunerado, pero las horas robadas a la vida y a la familia, los
quebraderos de cabeza, el insomnio, las lágrimas, no las paga nadie.
Nadie, Juan. Ni te las pagan ni te las dejan a deber...
Próxima entrega: "Restos del naufragio" (4)
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