viernes, 5 de agosto de 2016

Lectura de verano: Historia de una enfermera (XXIX)

Capítulo XI
Restos del naufragio (1)
(Si no leyó la entrega anterior pinche aquí. Luego le traemos de vuelta) 



La "madre de todos los errores" fue no ser todo lo asertiva que debiera; intentar complacer a todo el mundo es imposible, y normalmente fuente de conflicto y de desgaste emocional, pero eso es una lección que aprendí entonces; después de que me quitara el sueño varios días tener que contradecir a alguien (máxime cuando sabía que tenía parte de razón). Me dolía imponer medidas desde la dirección que fuesen prejudiciales para mi equipo, y aunque mi tozudez al final me costó el puesto, ya que si no dimití fue porque aceleré mi traslado a Madrid, los últimos meses fueron verdaderamente atroces.
Las presiones del personal y de la dirección me hacían estar continuamente en un callejón sin salida, o entre la espada y la pared, y mi propio estado emocional, consciente de que le robaba tiempo a mi vida personal y que en el futuro eso tendría que cambiar, no fui capaz de estar a la altura y sentía verdaderamente que la situación cada día me superaba más.
Remontar aquella situación me pareció una obra titánica, pues si bien antes paliaba cualquier contratiempo con mi esfuerzo y mi tiempo ( era difícil que me fuese del hospital antes de las 6 de la tarde la mayoría de los días) en esa época mi escala de valores había cambiado, y en la cima estaba mi relación de pareja, quizás tener un hijo, así que sabía que no podría seguir pegada al teléfono las 24h del día y que no podría salir tarde de trabajar día sí y día también.
Recuerdo aún con estupor lo mal que lo pasaba en las guardias de supervisión (eran y son localizadas) pegada al móvil de la guardia, sola en casa (mi marido ya había empezado a trabajar en Madrid), preocupada por si una de las llamadas no fuese capaz de gestionarla, por si sucediese algo que precisase mi desplazamiento al hospital en plena noche (nunca fue el caso).
Cada vez rehusaba más hacer guardias, que en el fondo era lo que me proporcionaba un sueldo algo superior al que percibía antes, y eso hizo que comenzaran las fricciones con mi marido, que no entendía por qué no podía hacer como el resto de los mortales: coger la guardia, cobrar la pasta y pasar la pelota con los problemas que me podían surgir con las llamadas a quien tuviera más a mano... o al siguiente de guardia.


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