sábado, 25 de julio de 2015

Lectura de verano: historia de una enfermera (XII)

Capítulo VI
Happyflowers



Yo no sé si alguna de las enfermeras, o de los alumnos a quienes eventualmente pudieras transmitir algunas de estas notas, me entenderá cuando te digo que aquella fue la época de mi vida profesional más plena. Fue cuando realmente entendí de una manera natural, sin necesidad de pesados pedantes que me lo recuerden cada dos por tres, el necesario equilibrio que tenemos que conseguir alcanzar las enfermeras entre la maestría técnica o científica y la humana o relacional. Y que si en estos escenarios por donde pasean de la mano la vida y la muerte, el dolor y el alivio, el llanto y la sonrisa, no te sale del corazón mirar a los ojos o apretar una mano... pues es algo que no cuesta tanto aprender como parte de tu trabajo, algo que tiene en sí poder terapéutico y sentido profesional.
Aquella gente, personas en una situación de extremada dependencia, siempre con miedos, angustias y padecimientos, difícilmente dejarán de despertar empatía y hasta, si no te suena demasiado... maternalista (creíste que iba a caer...), compasión. Aunque no te creas, también compartí sala con enfermeras, digamos, mas light: las happyflowers de labios pintados y peinado perfecto que leen el ¡Hola! y pasan de todo, también existen en las salas de hemodiálisis. Pero en general las enfermeras que conocí se sobreponían cada día al cansancio y la tensión porque entendían perfectamente el sentido de su quehacer profesional, algo que al lado del cansancio también dejaba un intenso sentimiento de satisfacción humana.

Ya sé que soy muy pesada (el "monotema de Aurora"...), pero cuando oigas a alguien repitiendo machaconamente que esta es una profesión vocacional, que o naces para ello o simplemente olvídate y dedícate a otra cosa, háblales en mi nombre de tantas enfermeras (y enfermeros) que recalaron en las escuelas de Enfermería porque no obtuvieron la nota de corte para estudiar Medicina; o porque ellos y sus padres no podían permitirse pagar una carrera de cinco o seis años; o porque, como en mi caso, estudiar lo que más les apetecía implicaba tener que alejarse de sus familias, amigos, ciudad, además de ocasionar unos gastos que requerirían privaciones familiares; y cuéntales cómo con esfuerzo y dedicación acabaron por entender y encarnar el sentido real de esta profesión, su magia y su poder, todo lo que la humanidad y las personas perderían sin ella. Y fueron excelentes enfermeras, de esas que a sus pacientes más cercanos les cuesta olvidar.

[Próxima entrega: el cuerpo sufriente (1)]


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