Mas no se preocupen los amos, no hay peligro, en esta inmensa extensión blanca siempre son buenos tiempos para la lírica, no para la épica.
Buenos tiempos, siempre, para que florezcan los cabeza de chorlito que juegan a ser gobernadores de fingidas ínsulas barataria, sus espejos debidamente amañados para que nunca reflejen su absoluta irrelevancia.
Buenos tiempos para matar a los mensajeros que avisan de que las agresiones y el despojo, aunque resulte difícilmente creíble, pueden ir a peor. Malos, muy malos tiempos, para pararse a escuchar, intentando distinguir las voces (verdaderas) de los ecos (impostados).
Malos tiempos para integrar discursos críticos, independientes, incómodos sin duda, en la pretendida pureza de una entrega a la causa voluntarista y errática que en su nombre todo lo justifica, incluso dejar de pensar por uno mismo y limitarse a repetir mantras hipnóticos. Buenos tiempos para marcar territorio y reclutar lealtades locales, expresar la singularidad del linaje y mirar con recelo al clan vecino, no importa si os une el mismo odio a los amos.
Malos -sí, muy malos- tiempos para ejercer la memoria sin mistificaciones, esa amiga exigente que te permitiría distinguir amigos de enemigos, pero también amigos con recorrido, leales hasta la ofuscación, de amigos sobrevenidos que buscan tu sombra de gigante pero que ayer, cuando atravesabas tu propia tormenta y eras atacada para que eligieras sumisión o destierro, miraban para otro lado.
Buenos tiempos para el insulto al disidente en la disidencia, reduciéndolo a aliado emboscado de los amos; para la centrifugación suicida de voluntades; para maniqueísmos absolutistas que reparten credenciales de resistente a quien alaba el acierto y calla ante el error para no parecer un traidor; para creerte y hacer creer que sigues caminando cuando, en realidad, cada día que pasa te vas hundiendo un poco más en la tierra de los héroes imaginarios, creando raíces cada vez más gruesas que te atrapan para siempre, te encadenan a tus muertos y te impiden avanzar.
Buenos tiempos, sobre todo, para trabajar a fondo, ciego a toda luz y sordo a toda voz, con todas tus fuerzas, concienzudamente... en contra de los propios intereses. Objetivamente a favor de los amos.
A un lado de esta terra ignota, gran desconocida para el resto de civilizaciones, están los bárbaros terribles que hace 30 años invadieron nuestras felices costas y comenzaron a vaciar nuestros sueños para hacer abono con el que fertilizar y hacer crecer sus cuentas corrientes. Eran buenos, muy buenos tiempos, para quienes se dieron cuenta a tiempo de que valían más las míseras migajas en el suelo que les dejaban recoger los amos, que la dignidad, una sobrevalorada quimera que no calma el hambre y que solo da problemas con el amo.
Porque aunque el amo siempre es amo, tú pudiste elegir entre ser esclavo o libre. Abandonar las casuchas del extrarradio, en las que el amo te deja vivir para que puedas pagar su diezmo, y escapar a las montañas buscando el calor de otras mujeres y hombres libres.
Algunos, pocos, lo hicieron y son, o pudieron ser, el orgullo y la esperanza de un pueblo hambriento. Ahora ocupan la inhóspita extensión helada al otro lado de la terra ignota.
Pero hasta para los libertos, llega un momento en que una voz les dice que deben abandonar su áspero refugio en las montañas y descender a los valles para recuperar sus almas, sus propiedades y una libertad real, sin hipotecas del amo ni la violencia, a veces soterrada a veces explícita, de los sicarios del amo.
Abandonar la lírica del homenaje a los antepasados, la lírica de los muertos, y abrazar la épica de la responsabilidad con los descendientes, la épica de los vivos.
Solo el ejercicio libre del pensamiento, sin ofuscaciones ni mantras, te dice cuándo ha llegado el momento de retar a los amos y expulsarlos de sus palacios.
Y eso es hoy. Hoy que os han herido con saña y debéis canalizar y hacer una sola el cuarto de millón de rabias, todas son iguales, todas son la misma rabia.
Hoy que los amos están en horas bajas porque han perdido el favor de los dioses, es el día de asestar el golpe definitivo.
Pero, claro, es que son malos -sí, muy malos- tiempos para la épica. Sigamos con la lírica, venga. Tampoco se está tan mal...
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ResponderEliminarDecir que es buenos es poco, Juan. Que no coincida en todo no le resta un ápice de mérito a esta magnífica alegoría.
ResponderEliminarGracias Rosa María, perdón por el retraso de mi respuesta... Aunque sabemos que deberíamos, no somos siempre capaces de separar "lo profesional" o "lo social" de lo personal. De ahí que, si resta un pelín de juicio, sea preferible una cierta abstracción o "alegoría" para disfrazar la decepción. Pero el daño queda, es mucho el esfuerzo y el riesgo empeñados.
ResponderEliminarTambién es bueno distinguir el "no estoy de acuerdo" con el "no puedo admitir que...", pero esa es otra cantinela. Gracias por pasarte por aquí, un cordial saludo.
Estupendo texto.
ResponderEliminarDisfrazar la decepción no es fácil,pero mejor abrazar la épica sin abandonar la lírica.
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.
José Hierro
Gracias, Pilar. No, no es fácil. Precioso poema. Y siempre habrá sitio para épica y para lírica en mi mundo, ojalá en el de todos. Saludos
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