1. CUOTAS.
Hace poco
más de un mes (el tiempo que he tardado en pensar, tejer, reposar, destejer,
repensar y volver a tejer ene veces esta complicada entrada), la ministra de
Sanidad, Consumo y Bienestar Social anunció una reforma en
profundidad del Consejo Asesor de Sanidad. Tres fueron las decisiones
adoptadas:
§ Integrar dentro de sus competencias el área
social, pasando a denominarlo Consejo Asesor de Sanidad y Servicios
Sociales (CASSS).
§ Limpiar el consejo de lobbistas, tanto hard (representantes orgánicos de la
sanidad privada y la industria) como soft
(nominencias = eminencias en nómina),
nombrando a investigadores, intelectuales y directivos de reconocido
prestigio y solvencia moral.
§ Desplazar a los lobbies (colegios)
profesionales hacia un Comité de las profesiones del sector sanitario y social
(movimiento
que no sabría bien si clasificar como sublimación percuciente o arabesco lateral).
Como es
lógico, en la sanidad privada no gustó nada esta exclusión. Pero tampoco
cayó nada bien la noticia dentro de la profesión de enfermería, ya que solo fue
nombrada una enfermera entre los 20 vocales del sector sanitario. Decisión
que gustó tan poco en las redes sociales como entre las burocracias colegial («desafortunado y anacrónico») y
sindical («claro agravio y lamentable afrenta»).
Supongo que
la inmensa mayoría de las enfermeras ni se enteró, ya que fue una noticia
estrictamente sectorial y no existen canales atractivos, y por tanto efectivos,
de comunicación dentro de la profesión. Pero dentro de quienes sí leyeron la
noticia, tuvo que caer peor entre aquellos sectores que más han
luchado por el progreso y visibilidad de la enfermería. Todo un mazazo.
La pregunta
que quiero hacerme aquí es: ¿duele tanto el golpe por el hecho objetivo en sí (una
vez más nos minusvaloran) o
porque pudiera ser el síntoma de un
problema con más recorrido y significado (una vez más seguimos sin dar la talla)?
En
respuesta a estas críticas, la ministra Carcedo lo dejó meridianamente claro: «en la selección de las personas que forman parte del consejo no se fue
mirando por estamentos, sino por aquellos saberes
individuales, el propio currículum
de las personas que lo configuran y que puedan
aportar algo al sistema.»
Es
decir que para la ministra –y los círculos de poder y decisión que representa–
solo habría una enfermera capacitada para situarse entre los 20 profesionales
con más saberes individuales, mejores
currículos y mayor capacidad de aportar.
¿Una? ¿Por qué una y no dos o tres... o
ninguna?
2. È PERICOLOSO SPORGERSI.
Quienes se
incorporan a un órgano asesor como el que nos ocupa deben haber construido y
aportado una visión general del sistema de salud y de las políticas sanitarias;
sean médicos, economistas, juristas, farmacéuticos, terapeutas o enfermeros, no fueron convocados para aportar la visión
de los médicos, economistas, juristas, farmacéuticos, terapeutas o enfermeros
–para eso están los colegios, sociedades y otros lobbies– o sobre la aportación de sus respectivas profesiones, sino su
visión técnica/profesional sobre las políticas generales y desarrollos
específicos más convenientes para el futuro del Sistema Nacional de Salud.
Pero como es
natural e inevitable, ciertas concepciones y actitudes de grupo conformadas a
lo largo de un complejo y dilatado proceso de socialización, existen; y no son
como una mochila que cuando es conveniente la cargas y cuando no la dejas en
casa: influyen más o menos conscientemente en los juicios y opiniones personales
a partir de los cuales se acaban conformando las recomendaciones y decisiones. De ahí que sea tan peligroso para cualquier
profesión no ser invitada a participar, pudiendo dar su opinión, en este tipo
de foros.
Trataré de
dar la mía sobre algunos factores que influyen en este ninguneo institucional. Pero antes de seguir y para no ser hiriente
en exceso, es preciso reconocer que existen
ciertas condiciones ambientales muy determinantes.
En estas
decisiones hay bastante de círculo
vicioso (si no nos invitan hoy no
podemos esperar que nos inviten mañana; y si no nos han invitado hoy es porque
ayer tampoco estuvimos); por otro lado, la situación, ciertamente, no puede
ser caracterizada de manera descontextualizada, al margen de la estructura de relaciones de poder que se (re)producen
en el ecosistema profesional; finalmente,
en el caso de la enfermería muy específicamente, encontramos una sinergia muy perjudicial entre los efectos Mateo y Matilda: por profesión emergente (Mateo) y por ocupación femenina/feminizada (Matilda).
Pero
también hay algo que tiene que ver, y mucho, y muy intensamente, con ciertas
inercias características de una forma de ver y hacer las cosas dentro de la
profesión enfermera que yo conozco: una condición
introvertida que ha conducido a una actitud
ensimismada. Dicho por supuesto con carácter general, creo que a la
hora de compartir experiencias, reflexiones y conocimientos sobre el trabajo
asistencial las enfermeras se sienten mucho más cómodas y seguras entre pares;
no son muchas –de ahí que destaquen tanto– las que se encuentran cómodas y prefieren
moverse en entornos intelectuales multiprofesionales donde el contraste de
visiones y lecturas enriquece personalmente y previene frente a los excesos del
provincianismo. Otra cosa es que sean invitadas...
Este
ensimismamiento lo analizo personalmente como consecuencia inevitable de una forma determinada de leer la realidad de
la profesión, de su lugar en el mundo y de sus roles: una enorme atención a las vivencias (con frecuencia estereotipadas), sin grandes referencias al contexto/entorno
en que se producen y sin apenas
contraste con otras lecturas que se producen en el terreno de juego
compartido.
3. DISTOPÍA.
Entre los cincuenta artículos de enfermería más referenciados (1997-2016) solo seis
(12%) de los publicados en revistas españolas y dos (4%) de los publicados en revistas
extranjeras por autores vinculados a centros españoles, tienen como objeto de
reflexión la propia profesión, en relación con su contexto (sanitario,
sociológico, jurídico o económico).
La
participación de enfermeras en los grandes
informes colaborativos de carácter estratégico sobre el Sistema Nacional de Salud
es bastante limitada; y en no pocas ocasiones, cuando se produce la
invitación es exclusivamente para aportar el capítulo referido a la enfermería.
Y aunque existen enfermeras en comités
de dirección y consejos de redacción de (las muy escasas) sociedades científicas
y revistas sanitarias transversales, su presencia, comparativamente con la de médicos
o profesionales de las ciencias sociales, es muy pequeña.
Ni siquiera
es fácil encontrar, a diferencia de los años ochenta y noventa, reflexiones de carácter general sobre el
papel de la enfermería en la sociedad como las de Domínguez-Alcón, Antón o algunas
de las madres fundadoras. Es cierto
que existen algunos trabajos (tesis doctorales), como los de Ramió (2005), Miró (2008), Almagro (2015) o Vázquez (2017),
pero estaremos probablemente de acuerdo, a pesar de su innegable valor, en que
se trata de excepciones que confirman la regla.
No he
podido encontrar aproximaciones más generales sobre las condiciones y relaciones
(internas y con el entorno) como la que modestamente intenté aportar en mi libro de
2010
o, mucho más poliédrico y comprehensivo, el del también sociólogo Pablo Meseguer (2018),
lectura indispensable para entender los antecedentes en los años más recientes y
las derivadas actuales de la evolución de la profesión enfermera.
(No deja de
resultar(me) extraño que la enfermería llame la atención como objeto de estudio
e investigación para los científicos sociales, pero no al parecer para las
propias enfermeras.)
Seguimos: no
existen diarios ni revistas –como sí
los hay, y en buen número, de médicos o farmacéuticos– que difundan noticias,
publiquen tribunas de opinión y promuevan debates de cierto nivel; ni agencias de noticias sobre enfermería que
vendan en el exterior los logros y aportaciones de las enfermeras reales.[1]
[1] Ya sé que los medios de comunicación sanitarios son negocios privados que se mantienen gracias a la publicidad de la industria, los fondos de reptiles de los lobbies profesionales y el pago de los servicios prestados a patronales o think-tanks. Pero las cuotas de colegiados, afiliados y asociados deben de mover, al menos, 75 millones de euros al año y sin embargo a quienes gestionan esos presupuestos solo parece importarles la inversión en medios si es para ponerlas al servicio propagandístico de sus intereses y los de sus líneas editoriales y personalidades afines.
Tampoco
existen editoriales que busquen
autores o editores de libros o
monografías que fomenten el debate, ni revistas
en cuya línea editorial exista un hueco relevante para la reflexión sobre el
presente y el futuro de la profesión, como sí sucede en algunas de las revistas
internacionales más prestigiosas.
No
se generan en el seno de la enfermería española, por tanto, relatos ni visiones
que puedan interesar a una masa crítica de enfermeras y puedan ser contrastadas
y debatidas dentro de la profesión.
Como consecuencia
de todo lo anterior, a pesar del enorme
talento existente dentro de la enfermería, esta ha llegado a ser irrelevante
como agente político y social (y en buena medida profesional), al menos desde
el punto de vista de la generación de inputs
para la elaboración de políticas. Confinada en sus propias inseguridades y dudas
existenciales, enfrentada en el mundo real a un techo de cristal difícil de
romper, pero también oprimida por un techo de hierro interno autoritario, sectario
y prácticamente vacío de inteligencia y valores profesionales que transmitir.
¿Se habrá cumplido por fin el sueño distópico del Régimen Enfermero del 87?
§ Una
profesión adormecida, desinformada, desinteresada, descohesionada –hasta
enfrentada, como vemos–, desmovilizada, atemorizada y silente: caldo de cultivo
idóneo para la opacidad –masa madre
de la corrupción institucional– y para formas y actuaciones que vacían de
contenido la democracia participativa y el debate libre.
§ Donde no
existen posibilidades reales para el florecimiento de liderazgos alternativos que
estimulen el activismo y el conocimiento y que compartan los avances –que los
hay; y muchos; y muy buenos; y sobre los que habría que hablar más– para que la
profesión en su conjunto los viva como propios y se sienta estimulada para
crecer.
§ Donde la
inteligencia crítica y el conocimiento disruptivo se ven confinados en reductos
acotados (del dos-punto-cero o entornos
académicos de difusión limitada), mientras que la desinformación, el autobombo
y la promoción del pensamiento único ha
generado sus propias leyes de supervivencia: no mirar hacia donde no debes, no
escuchar lo que no te conviene, no hablar de lo que no entiendes –y si quieres parecer
transgresor, ya sabes: tuitea copiapegas
de (malos) libros de autoayuda–.
§ Donde se obstaculiza
con una tenacidad digna de mejores causas la emergencia de movimientos de base
locales; si es preciso, abonando honorarios fuera del alcance del bolsillo de
los disidentes a carísimos bufetes.
§ Estas
dinámicas autoritarias han traído como consecuencia una organización donde todo
aquello que debería ser debatido en foros internos democráticos e informados (y
que por tanto enriquecería) se judicializa y se dirime en los tribunales, donde
manda el que más resiste (y por tanto no hace sino empobrecer).
§ Y,
finalmente, donde la torpe visión sectaria que se ha consolidado en el búnker
de Fuente del Rey (y los califatos de
provincias) lleva a incongruencias extremas, como silenciar los pocos
logros verdaderos que a nivel interno y externo afianzan una marca enfermera moderna, basada en el guion del conocimiento y no solo en el de la virtud.
Por poner solo un ejemplo, y habría muchos más, es inconcebible que el movimiento dinamizador
de la profesión enfermera española más importante de los últimos 20 años, el Programa de Implantación de Buenas Prácticas en Cuidados – Red de Centros Comprometidos con la Excelencia en Cuidados,[2] haya sido completamente ninguneado
por el máximo órgano representativo (legal) de la profesión, solo porque está
liderado en España por Investén-isciii y no por Sus
Ilustrísimas (igual que el nombramiento de una enfermera entre los 24 asesores
de la iniciativa Ciencia en el Parlamento, solo por el hecho de que la
enfermera designada no sea de su cuerda;
volveré sobre esto). Es mezquino, pero sobre todo es de imbéciles porque pone
en cuestión ese amor declarado a la
profesión con que tanto se desgañitan.
[2] Que incluso ocupa un capítulo específico en el libro que acaba de publicar la impulsora del movimiento a nivel mundial, la presidenta de la Asociación de Enfermeras de Ontario, Doris Grinspun (Transformingnursing through knowledge. Best practices for guideline development,implemention science and evaluation).
4. CUOTAS.
Creo que
este estado de cosas está muy relacionado con el discurso de Rosamaría Alberdi
sobre la competencia política enfermera. Una formulación que a menudo se toma como Misión (asumir que la enfermería tiene
una misión histórica y cada enfermera, por serlo, asume un mandato para ayudar
a cumplirla) y otras veces desde un punto de vista más operativo (capacidad
para ir adoptando decisiones tácticas con el objetivo de ir cubriendo la agenda
estratégica de cambio/mejora), pero que suele ligarse al cumplimiento de los
objetivos de la profesión.
Pero creo
que predomina hoy una forma de considerar esta competencia política desde un punto de vista más social, como reconocimiento
y salvaguarda del papel de la enfermera como defensora (advocate) del ciudadano en lo que atañe a sus derechos de
ciudadanía frente a las políticas que generan los determinantes sociales de la
salud, abordando temas como la cobertura sanitaria universal, las garantías de equidad
en la protección de la salud, la medicalización de la vida social, etc.
Desde la
cúpula de la organización enfermera nunca se ha asumido –es más, se ha huido de
ello como de la peste– que es necesario adoptar posicionamientos políticos explícitos
y movilizarse, incluso liderar movimientos, para influir en los procesos de
toma de decisiones políticas que inciden sobre los determinantes sociales de la
salud (sí, los papás –y
mamás– que fuman en los coches también; pero es más fácil quedar
bien como lobby culpando a los ciudadanos que a los poderes públicos). Esta competencia política forma parte de las
competencias profesionales esenciales de las enfermeras y debería formar parte
de sus códigos deontológicos, por mucho que aquí en España a las dos patas de
la Mesa de la Profesión Enfermera les
salgan ronchas cuando tienen que pronunciarse sobre algo diferente, y de más
enjundia política, que las 131.000
enfermeras que se supone que faltan –y el 20% de
médicos que se supone que sobra– o las funciones
de los boticarios.
¿A nadie de
verdad le ha resultado... no ya extraño, lo siguiente, la deliberada falta de
implicación del Consejo General de Enfermería (y el sindicato adlátere) con
respecto a la campaña Nursing Now 2020, un
movimiento de alcance mundial promovido desde una comisión interpartidista del
Parlamento del Reino Unido y asumida e impulsada por la Organización
Mundial de la Salud y el Consejo
Internacional de Enfermeras, así como por decenas de organizaciones
nacionales de enfermería? Han tenido que ser las asociaciones locales
y algunas administraciones
sanitarias quienes se hayan asumido el rol de entidades colaboradoras y difusores
de los objetivos de la campaña ante la inasistencia de Sus Ilustrísimas.
Se trata de
eso: el pánico a la política por el
mero hecho de que si promueves
movilizaciones fuera lo más probable que se te escapen de las manos y se te
cuelen dentro. Así que cuanto más lejos de La Política, mejor.
(Cuentan
que Franco dio una vez un consejo a un joven cachorro del Régimen que le
presentaba una queja: «joven, haga usted como yo: no se meta en política». No
me cuesta imaginarme a Il Dottore
dando el mismo consejo a sus becarios, eso sí, sin la retranca gallega del dictador.)
Por el otro
lado, el de las bases profesionales, resulta a veces irritante esa negación tan
generalizada entre las enfermeras del hecho de que sin intervenir políticamente
en el interior es imposible proyectarse políticamente hacia el exterior. Porque
es difícil negar que la irrelevancia de
la enfermería como sujeto político es la única razón estructural que explica tratamientos
como esta ínfima representación de las enfermeras en órganos como el
Consejo Asesor de Sanidad. Porque aunque es cierto que hay organizaciones
colegiales con alto impacto en sus zonas de actuación (en Catalunya o Illes Balears y hasta
hace poco también en la Región de
Murcia; en el resto de las CCAA es el Consejo General quien realmente
manda) nunca ha parecido existir interés real en intentar acumular fuerzas para
tratar de influir en la política a nivel estatal, donde radican la mayor parte de
las competencias más definitorias para la profesión.
De ahí la
importancia que tiene para aquellas enfermeras que sí quieren ser parte de un
movimiento global que busque el sitio de la Enfermería en la sociedad y la
política ser capaces de implicarse en la
vida interna de la profesión para exigir liderazgos políticos, éticos e
intelectuales capaces de cohesionar, movilizar y representar a toda la
profesión. Solo así se podrá intervenir sin ser considerado un intruso (incluso
un patán, como tan a menudo pasa ahora) en los grandes debates políticos y
sanitarios.
Esta es la
única estrategia para ser invitados a todos los foros donde se deciden las cosas importantes, no por cubrir una
cuota, sino porque sin enfermeras se
pierde una lectura única e imprescindible de la realidad. Y aquí, la
responsabilidad es compartida: de la
profesión, para generar líderes competentes y libres, con visión, valores,
presencia y respaldo; y de las
estructuras políticas y las administraciones públicas, para que cumplan con
su obligación de hacerles un sitio en las mesas de debate y decisión; incluso,
de promover políticas de discriminación positiva bien orientadas y con sentido
de la realidad (es decir, que no acaben promoviendo el statu quo, la
mediocridad y los intereses creados).
Llevo tantos años, y perdón por la
autorreferencia, afirmando que el
principal problema de la profesión enfermera española es de índole política
que cuando los hechos me dan la razón de manera tan cruda la sensación llega a
ser desesperante.
Por eso quiero,
y de alguna manera creo que debo aunque haya quien se enfade, definirme alto y
claro sobre la representación enfermera en el CASSS.
Créanme: es una cuota (¡hubiera
sido socialmente impresentable y políticamente desastroso anunciar un consejo
asesor de sanidad sin representación de una de las dos profesiones que
vertebran el Sistema Nacional de Salud!).
Acabo: que
la iniciativa Ciencia en
el Parlamento cuente con una (sola) enfermera entre sus 24 asesores es una gozosa
conquista. Pero que el Consejo Asesor de Sanidad y Servicios Sociales cuente
con (solo) una
enfermera entre sus
20 vocales es un doloroso fracaso.
Increíble, ¿verdad?,
tanta distancia, años luz, entre «una sola enfermera» y «solo una enfermera.»
Buenas tardes Juan!
ResponderEliminarCreo que este artículo resume un pensamiento que explica la realidad de la profesión enfermera a día de hoy. Una realidad arrastrada desde hace décadas, una realidad de enfermeras alienadas entre opes y protestas vacías de #quehaydelomio, que descansan de estas tribulaciones como diría mi amigo Andoni con merchandising de Mr. Wonderful, pero que están completamente alejadas, huidas de la realidad política, de la realidad asistencial (Apartadas en las "cosas de enfermeras")
Ya me parece mucho (Sí estoy de acuerdo con el tema de la cuota) una enfermera, porque el peso real de poder de las enfermeras no es ni de lejos el 5% en el sistema (Nos pongamos en el nivel de decisión que nos pongamos).
Hemos hablado otras veces que la causa o consecuencia de esta situación (No sabría definir bien si es lo uno o lo otro) es que no existe un discurso enfermero alrededor de la sanidad y la salud en nuestro país. (Por desgracia cuestiones parecidas a la elaboración de un discurso liderado por enfermeras, las "mejores enfermeras del mundo mundial" tenemos que importarlo de movimientos externos como Nursing Now)
Es necesario meditar y debatir este punto. Si queremos progresar o cambiar algo, y queremos que la enfermería promocione cambios de calado en nuestro sistema sociosanitario. Si no nos veremos abocados a que todo siga igual, o que los cambios no sean los que realmente se necesitan.
Hace unos días en una jornada de liderazgo y gestión en Asturias, el director general del SESPA se vino arriba y frente a una solicitud de las direcciones de enfermería de una dirección general de cuidados (Con la que por otro lado no estoy de acuerdo, planteó la posibilidad de una directora general del SESPA que fuera enfermera... A todas luces algo artificial cuando no hay enfermeras con puesto en mando, cuando (Aun habiendo talento y personas) no hay cultura al respecto y no disponemos de un discurso.
Enhorabuena por tu post Juan, y gracias, por tu resistencia y pereverancia, y sobre todo por el amor que le tienes a nuestra profesión.