La causalidad de la fábula, metáfora o simple retórica que desarrollo tiene que ver, como tantas veces en la vida, con la casualidad, en este caso la relectura nocturna de un viejo libro (publicado originalmente en 1901) del poeta, dramaturgo y divulgador belga Maurice Maeterlink titulado "La vida de las abejas"(Backlist, Barcelona, 2008) durante los mismos días en que preparaba la primera de estas intervenciones. Fue muy sugerente, casi una revelación retórica, para entender mejor ciertas cosas que tienen que ver con algunos de los serios problemas de carácter interno que experimenta la enfermería como profesión.
Siempre me ha entretenido mucho la entomología, especialmente el estudio de los llamados insectos sociales, como (ciertas especies de) abejas, avispas, hormigas, termitas..., que representan el grado más puro de la eusocialidad. Colmenas, enjambres y hormigueros que, a diferencia de los grandes mamíferos, por ejemplo, funcionan sin jerarquías establecidas (las reinas ni gobiernan ni dirigen), en base a roles genéticamente determinados y socialmente concretados y al permanente suministro de información (feedback) que unos individuos reciben de los otros y del entorno. A veces parece magia, pero no, es solo determinismo social. Y a los tayloristas (y a Kim Jong-un, ni te cuento) pudiera darles envidia por su perfecto orden y extremada eficiencia social, pero no creo que sea un destino envidiable desde la óptica de los humanos que creemos en la libertad personal como máximo valor de civilización.
Aunque la variedad de himenópteros es muy extensa y las conductas difieren enormemente (dentro, casi siempre, de ciertos rasgos comunes de eusocialidad), querría mostrar dos arquetipos de conducta individual/grupal, que se corresponden más o menos exactamente con la mayoría de las hormigas, el primero, y con algunas variedades de abejas, especialmente con la abeja común o Apis Mellifera el segundo.
Dicho de manera muy simplificada, las hormigas trabajan en serie y las abejas, en paralelo. Ello significa que las hormigas recolectoras, cuando salen del hormiguero, trabajan conjuntamente en estrecha relación y las abejas, por el contrario, se dispersan por el territorio, cada una a su bola.
Si miran este vídeo, verán una conducta típica de las hormigas recolectoras.
Como pueden ver, las hormigas van y vuelven (más o menos) en fila, en un trabajo de equipo donde la tendencia a un cierto caos es tan exagerada... como solo aparente: en lugar de respetar cada cual su carril, las hormigas que van y las que vienen se van dando topetazos en zigzag. ¿Juegan? ¿Se pelean? No: solo cuentan. Cuentan... hormigas.
Cada vez que una hormiga que vuelve al hormiguero con su valioso material se cruza con una que se dirige a recolectar, la registra con un pequeño topetazo y así lleva la cuenta de cuántas se dirigen a la tarea. Un exceso de materiales y alimentos es tan perjudicial para la comunidad como su falta, de ahí que sea tan extremadamente importante saber cuántas hormigas van a recolectar, lo que equivale a cuántos materiales y alimentos van a cosechar.
¿Poca cosecha? Al llegar al hormiguero reclaman más obreras recolectoras al exterior (ya veremos cómo).
¿Cosecha demasiado abundante para las necesidades y/o capacidad del hormiguero? Al llegar al hormiguero piden que se reduzca el flujo de obreras recolectoras.
Se trata de un sistema altamente eficiente, ya que la energía solo se obtiene a través del esfuerzo y el esfuerzo exige insumos, de manera que debe existir un equilibrio entre inputs y outputs. Hablamos en un nivel social, el de todo el hormiguero (la comunidad), no solo de un nivel individual. Por decirlo de una manera simple, existe una gran homeostasis o autorregulación social.
¿Cómo se comunican y se dan instrucciones las hormigas entre sí? A través, ciertamente, de un vocabulario muy limitado, se cree que de menos de 10 frases, que en realidad son un lenguaje químico (feromonas). Pero además no se da una jerarquía en la cual unos individuos dan instrucciones (los capataces) y otros las siguen (los peones), sino que las conductas individuales se conforman a partir de las interrelaciones en red de todas las hormigas.
Las abejas recolectoras, a diferencia de sus primas del hormiguero, no trabajan en equipo; probablemente no dependen tanto las unas de las otras porque tienen una especial habilidad para orientarse en solitario desde y hacia la colmena, hasta varios kilómetros de distancia. Y ello, a su vez, es posible evolutivamente porque son recolectoras monotemáticas, ya que a partir de las flores que liban fabrican en el enjambre todos los materiales, tanto alimenticios como de edificación, que necesitan.
En consecuencia, así como hay hormigas exploradoras altamente especializadas que buscan nuevos territorios que colonizar para conducir luego a las recolectoras, cada abeja es al tiempo una exploradora y una recolectora.
Por tanto, en lugar de marchar en equipo se dispersan para poder cubrir mucho más territorio en el cual encontrar la materia prima ideal para sus cosechas. ¿Significa eso que no cooperan? Por supuesto que sí lo hacen, de no ser así no hablaríamos de insectos sociales ni de comunidades cooperativas.
Vean el siguiente vídeo:
Como he dicho, cada abeja sale a recolectar a su bola. Pero cuando encuentra una buena tierra, repleta de flores, se lo comunica a sus compañeras a través de un método más primitivo que el de las hormigas (¿o quizás al contrario, es la danza un sistema de comunicación más evolucionado y preciso que el de las feromonas?), absolutamente sorprendente la primera vez que uno lo observa, precisamente por su exactitud. Aunque, naturalmente, cada individuo-abeja es libre de acudir a esas coordenadas o seguir acudiendo a las que ya conoce, sean o no cuantitativa y/o cualitativamente mejores o peores. Es solo información, no existen órdenes ni planes.
Este modelo de conducta social es, desde un punto de vista objetivo y también conceptualmente, claramente menos eficiente que el de las hormigas porque no tiende a un equilibrio homeostásico. Existe ambición e individualidad, deseos y libertad para descubirir nuevos horizontes, pero no autoregulación colectiva y, por tanto, es un sistema ineficiente, altamente consumidor de energía y que exige grandes sacrificios a cada individuo. El único sistema regulador, sea a causa de la falta (no llega para alimentarse y reproducirse) o del exceso (no se pueden almacenar) de materias primas es la partenogénesis social, es decir, la división para fundar un nuevo enjambre en una nueva colmena.
Hay hormigueros que duran decenios, pero no colmenas, porque estas dependerían más de cálculos omitidos de masa crítica. Además en muchas ocasiones el nuevo enjambre, si no se ha fundado demasiado lejos, pasa a ser competidor directo de su matriz. ¡Todo mucho más complicado que la extraordinaria simplicidad del trabajo en línea!
(Por no decir que con respecto a las hormigas no existen tentaciones, al menos de momento, que se sepa, de actividad ganadera por parte de los humanos. Pero eso no es culpa del sistema social de las abejas, sino del aprecio de los humanos por su diversificada producción, especialmente la miel, y de la ausencia de algún tipo de producto tan apreciado en el caso de las hormigas).
En mi última intervención sinteticé con esta imagen lo que considero los dos problemas internos de carácter cultural que en mayor medida (me) ayudan a explicar el alto grado de invisibilidad social y política de la enfermería, al menos de la nuestra; problemas que, al tiempo que lastran sus grandes potenciales de desarrollo y sus aportaciones profesionales, están en la raíz de la honda insatisfacción profesional y desazón pesonal que muestran, cada vez de manera más notoria, las enfermeras (al menos, las más enfermeristas):
Soy consciente de que el uso de esta metáfora de insectos incomoda a algunos profesionales ("yo no soy ni hormiga ni abeja: soy enfermera"), pero creo que sirve, eso, como metáfora para explicar que en la base de los problemas formales subyacen a menudo problemas de raíz cultural, ideológica o incluso moral y afectiva. Y también me sirve para entender algo mejor cómo es posible que gente tan lista, preparada y concienzada permite cada día, casi sin rechistar, que la superestructura política de la profesión, esa particular Gomorra que la gerontocleptocracia corporativa gobernante ha ido consolidando en los últimos 25 años, haya usurpado la identidad y secuestrado la voz de la profesión de verdad, la que cuida, estudia, investiga y comparte para crecer.
Lo que creo que subyace es una absoluta falta de inteligencia social, especialmente patente entre la mayoría de los líderes enfermeros intelectuales y los más mediáticos (internamente; externamente, simplemente no existe mediaticidad alguna), que muestran una gran incapacidad para trabajar en línea y en red, prefiriendo -esto sí lo he dicho y escrito a menudo- ser cabeza de ratón a cola de león.
No se trata precisamente de que faltan organizaciones y foros enfermeros. Si uno pone el modo escucha en las redes sociales uno no da abasto: prácticamente no hay semana en la que no tenga lugar, y se difunda en streaming o con un hashtag tuitero, algún evento, virtual o real, desde donde los líderes de opinión enfermeros y algunos otros outsiders admitidos (como yo mismo a veces) presentan ideas, opiniones y propuestas de avance de la enfermería, a veces incluso de la enfermería real (perdón por la ironía).
Por otro lado, me encanta estar asistiendo a la eclosión de movimientos enfermeros de base, organizados contra las corrompidas estructuras corporativas: en Asturias, en Zaragoza y en Madrid de manera más significada; pero también más incipientemente en otras provincias (Cádiz, Tenerife, Cáceres...; si me dejo alguna espero noticias directas), las enfermeras se reúnen para plantar cara al poder establecido. Ponen denuncias y querellas en los tribunales y tratan de plantarse con eficacia en las asambleas generales para denunciar a los cleptócratas de turno. A veces avanzan rápidamente, como en Asturias, y a veces las cosas van mucho más lentas, como en Madrid (donde a pesar de semanas de campaña solo consiguieron reunir a 85 de las 28.000 enfermeras madrileñas en la Asamblea General del Colegio), pero estoy convencido de que acabarán triunfando y expulsando a los zánganos que ocupan los despachos y administran deslealmente las cuotas colegiales.
Yo admiro mucho a estos movimientos, porque, a diferencia de otros, de los que nunca puedes esperar que se manchen las manos para sacar la mierda del pozo ciego del poder, han entendido y asumido que el principal problema de la profesión enfermera española es de carácter político; y que mientras no se solvente este bloqueo político no habrá vías de salida para los problemas reales de la profesión, que, aunque a muchos líderes carismáticos y guruses del 2.0 se les olvide, no son solo -¡que también, claro!- la prescripción, las especialidades, el lenguaje enfermero y las taxonomías, la visibilidad de La Profesión, asi en abstracto, o las -supuestamente- amenazadas esencias identitarias, sino un desempleo que ya debe llegar de manera desestacionalizada al 15%; la conversión sistemática de plazas estructurales de plantilla en interinidades para tener un personal más dócil y posibilitar de facto el libre despido; la precariedad extrema del empleo eventual no planificado; el exceso de oferta de plazas para estudiantes en las universidades privadas de determinadas comunidades autónomas; las bolsas de empleo autocráticas que imponen condiciones contractuales que no se aceptarían ni en China y que suponen un chantaje que debería ser inadmisible en democracia; la ausencia de la voz de la enfermería real en los foros políticos y de su propia presencia en la iconografía mediática; los obstáculos legislativos o reglamentarios para que las enfermeras puedan dirigir unidades o centros y consolidar su rol de liderazgo clínico; el incumplimiento de unas ratios de personal sin las cuales simplemente no es posible prestar todos los cuidados que los pacientes precisan; el permanente chantaje emocional ejercido para manipular a las enfermeras y que no solo no es denunciado, sino que es jaleado a menudo desde la propia enfermería guay con rutilantes -e innecesarias- retóricas de cartón piedra que ya abusan y aburren; etcétera, etcétera, etcétera.
Estos problemas, en mi modo de ver las cosas, son los que de verdad amenazan las esencias enfermeras, porque suponen un serio riesgo de desprofesionalización nihilista de las nuevas generaciones. Y, sin embargo, resulta increíble que todos estos movimientos, más los que desde el asociacionismo profesional vienen trabajando desde hace muchos años, también en pro de una enfermería moderna, no casposa, no hayan tratado, o sido capaces si lo intentaron alguna vez, de unirse y formar un frente común de carácter manifiestamente político que aunara inteligencias, voluntades, recursos y esfuerzos.
Lo cierto, enunciado en términos generales, es que el coro de las voces solistas suena bastante adocenado y domesticado y uno no encuentra (salvo algunos espíritus libres que van, eso, por libre, y algunas veces hacen gracia e outras non) disidencias que no sean meramente retóricas, menos aún gente con ganas y fuerza para tratar verdaderamente de cambiar las cosas. La heterodoxia que conlleva riesgo, o sea la de verdad, solo aspira a plasmarse en eslóganes que tienen un cierto recorrido subversivo, pero muy limitado porque se acaban trivializando en tazas y camisetas. Y el resto, posiblemente los que más engatusan a las audiencias virtuales, porque les dicen exactamente lo que quieren escuchar con un barniz travieso y cool, pero siendo sistemáticamente más de lo mismo, se empeña de manera pertinaz en seguir dándose el hostiazo contra la terca realidad a base de narrativas convencionales disfrazadas de modernidad.
Hablábamos antes de la posible falacia de las redes. A veces me planteo si no andamos un poco sesgados con este tema. Cientos de blogs y miles de tuits alrededor de un tema concreto. Nos pasamos un rato en las redes y nos venimos arriba al comprobar cómo el grupo se alinea en torno a una idea brillante. Pero al día siguiente uno llega al trabajo, y muchas veces nadie sabe nada. Hablamos de las redes como panacea de la comunicación y la conectividad entre personas. Pero me temo que hay mucha gente desconectada, y probablemente más enfermeras desconectadas de lo que pensamos. Podemos liderar las redes, pero en nuestro entorno igual eso no es suficiente para liderar el planeta enfermero. De ahí el reto.
"Liderar el planeta enfermero"... ¡Cuántas enfermeras animosas, preparadas y valientes tienen ese sueño y para cumplirlo emprenden largos y exigentes viajes, a lo largo de los cuales acaparan, para compartirlos, valiosos materiales que permitirían al enjambre encarar una nueva realidad!
Porque es así, las élites enfermeras tienden a trabajar como abejas: se buscan afanosamente la vida, a veces a kilómetros de la colmena, y luego esperan de las otras que también se busquen la vida a partir de las indicaciones que ellas les dan y traigan su aportación, les cueste lo que les cueste. Las aportaciones individuales de todas y cada una son la vida de la colmena.
¿A nadie le ha llamado la atención la enorme diferencia que existe con los médicos, tanto o aún más individualistas en su ADN, pero que ya han aprendido y aceptado que trabajar en red es indispensable para el progreso de su parcela profesional? En la enfermería (si quitamos, acaso, el Grupo Nacional para el Estudio y Asesoramiento en Úlceras por Presión y Heridas Crónicas) esta cultura, simplemente no existe (ya sé que hay iniciativas, ojalá que prosperen), lo que supone una clara desventaja competitiva en el ecosistema profesional sanitario.
Las hormigas,por el contrario, van mano (es un decir) con mano, se guían unas a otras, recolectan juntas y se ayudan a compartir una carga que puede superar decenas de veces su propio peso (y que ninguna abeja free-rider podría acarrear sola hasta casa). Comparten información a tiempo real, con lo cual pueden adaptar permanentemente las conductas individuales en beneficio colectivo sin graves sacrificios ni heroicos desgastes individuales.
Naturalmente, al menos para quienes no somos demasiado gregarios, la vida de la abeja es, a pesar de todo mucho más gratificante: descubrir nuevos territorios por uno mismo es mucho más excitante -aunque también desgaste más- que limitarse a esperar a que las hormigas exploradoras lo hagan y nos guíen a ellos sin un ápice de libertad. Pero es justo reconocer que estas conductas individualistas son mucho más contraproducentes desde el punto de vista colectivo.
Las enfermeras tienen un último rasgo común con las abejas: uno podría plantearse por qué las abejas, que son capaces de explorar nuevos territorios a tanta distancia, terminan siempre por volver a la colmena y no se unen a otras colmenas o las fundan, como siempre han hecho los intrépidos colonos. La respuesta la da el título de este post: es el Espíritu de la Colmena: "ese espíritu todopoderoso, enigmático y paradójico al que las abejas parecen obedecer, y que la razón de los hombres jamás ha llegado a comprender", en palabras de Víctor Erice, director de la película del mismo nombre.
Y con ello entramos en contacto con el segundo gran hándicap de la profesión al que aludía anteriormente: una gestión ideológica y cultural de lo emocional que probablemente dista mucho de ser inteligente. Seguiremos con ello en la segunda parte del post.
Realmente resulta necesario que nos pongan delante un espejo¡¡¡¡ La "realidad" es distinta a la realidad del pequeño mundo en que estamos con frecuencia.
ResponderEliminarGracias pot tu analisis Juan F. espero , con impaciencia, a leer la segunda parte...