Cuánto gané, cuánto perdí
Cuánto de niño pedí
Cuánto de grande logré
Qué es lo que me ha hecho feliz
Qué cosa me ha de doler
Qué es lo que me ha hecho feliz
Qué cosa me ha de doler
(P. Milanés)
1. La sentencia.
Hace 2 años, 9 meses y 30 días, el
5 de abril de 2016, publiqué una entrada en este blog que se titulaba "Al Tribunal de lo Penal por defender a la Enfermería". En ella contaba
cómo acababa de recoger una querella interpuesta contra mí por el entonces presidente
del Consejo General de Enfermería (CGE), Máximo A. González Jurado (MGJ), en su
propio nombre y como presidente del Consejo, previa autorización de su Comisión
Ejecutiva. Se trataba, pues de una querella presentada por la dirección
ejecutiva de una organización que ponía a disposición de MGJ, como firmante,
todos los medios personales, económicos y materiales que fueran precisos,
recursos procedentes de las cuotas obligatorias de las casi 300.000 enfermeras
españolas colegiadas (mis excusas si a alguien le molesta que utilice solo el
femenino).
En la otra esquina del ring,
dispuesto a ser brutalmente apalizado –eso debieron pensar–, un particular al
que pusieron en la tesitura, sí o sí, de defenderse ante la Justicia con sus
propios medios personales, que no proceden sino de su propio trabajo, como
autónomo para más inri; es decir, sin padre ni madre ni nómina que le ampare.
En dicha querella se me denunciaba
por dos delitos continuados de injurias y calumnias. En el escrito de
acusación, MGJ solicitaba una condena de dos años de cárcel (calumnias), más
una pena de multa de 14 meses con una cuota diaria de 20 euros diarios, unos
8.500 euros (injurias), más otros 15.000 euros por «daños morales». Asimismo,
el querellante exigía al juez que cerrara mis blogs y que me obligara a
insertar la sentencia, que entonces daba por hecho que resultaría condenatoria,
en los periódicos El País y Diario Médico: un pastizal añadido.
El Juzgado de lo Penal nº 18 de
Madrid archivó provisionalmente la querella al entender que no existía materia
penal. Pero el querellante, disparando siempre con pólvora del rey, presentó
recurso de apelación ante la Audiencia Provincial de Madrid (APM).
La semana pasada recibí la
Sentencia de la APM que, desestimando el recurso de apelación, confirma la
sentencia absolutoria del Juzgado nº 18 de Madrid, sin que quepa ya nuevo
recurso contra la misma. Habían pasado 2 años, 9 meses y 26 días desde el día que
recogí la querella en los juzgados de Las Palmas de Gran Canaria. El Fallo,
firmado por los tres magistrados de la Sección nº 16, dice lo siguiente:
La sentencia que confirma la APM
entiende que lo que en realidad pretendían los querellantes era simplemente
callar una voz incómoda que siempre ha probado con datos y documentos sus
acusaciones. MGJ afirmó que a nivel nacional e internacional mis denuncias le habían perjudicado muchísimo porque cuando ha ido a otros países ya tenían esas informaciones; por ello, pide a la magistrada que "deje tranquilo" a su profesión –a la que no pertenezco, enfatizó: como si no ser futbolista, un suponer, me impidiera denunciar casos de corrupción en la Federación Española de Fútbol que hubiera podido llegar a conocer–, al Consejo General y a su propia persona.
Una petición que la Magistrada
reprocha en su sentencia, al resumir claramente el trasfondo político del
asunto, reprochando a MGJ que para pretender lograr este fin acudiera a la
jurisdicción penal:
Y que, en definitiva, como recoge la
Sentencia confirmatoria de la APM, todo esto se produce en un contexto político, en el que yo
representaría, de alguna manera, a un grupo del colectivo y ellos, a otra facción del mismo:
2. Las consecuencias.
El grave problema que tenía la
trama (término que utiliza la magistrada en su Sentencia, sin cursiva) no eran,
en sí, mis entradas en el blog, comentarios en redes sociales u otras
declaraciones; eso era una simple derivada: su problema es que lo que en ellas se denunciaba era cierto y
por fin se documentaba de manera inequívoca. Ese olor a corrupción que
atravesaba la organización de norte a sur y de este a oeste durante los casi 30
años de reinado de MGJ, que en mis textos quedaba retratado con pocos tapujos y componendas, pero sí con un aluvión de datos y documentos demoledores (por ejemplo, aquí, aquí,
aquí
o aquí).
Ello no significa que vaya a entrar
en detalles sobre el sufrimiento que mi familia y yo hemos padecido durante
estos casi tres años. Ni sobre el impacto económico que para una economía
familiar modesta tienen los gastos de defensa jurídica que hemos tenido que ir
afrontando (y los que restan por compensar, más de 4.000 € todavía: sonríe Florentino, es tu victoria pírrica). Ni cómo, agravando este problema
financiero, de alguna manera persiguen tu muerte civil y profesional, porque
invitarte a un evento, incluso invitarte a escribir un artículo o simplemente
citar y enlazar tus entradas del blog en un resumen, puede interpretarse como
un desafío a la hidra de siete cabezas, que por lo general no se está dispuesto
a afrontar.
Aquí sí voy a dar un detalle para que se vea la magnitud del asunto y porque es algo que ha implicado a terceros que me parece que no siempre han estado todos a la altura: entre junio de 2011 (mi estreno en el medio enfermero) y mayo de 2016, cuando se hizo notoria la querella, fui invitado como conferenciante a 33 eventos, una media de casi siete al año. Solo en los 12 meses anteriores, junio 2015–mayo 2016, acudí invitado a siete conferencias o mesas redondas; pero desde junio de 2016 hasta la actualidad (dos años y medio) únicamente he recibido dos invitaciones (una de ellas, pro-bono). No podemos descartar que mi rendimiento como comunicador empeorara súbitamente, pero... algo más, parece que hay, ¿verdad?
Como decía, no voy a detallar más las vivencias negativas (también las hubo positivas, que conste), ni las vicisitudes tan desagradables que nos tocó vivir durante estos más de 1.000 días, uno a uno. Y no lo voy a hacer, no porque no me lo pida el cuerpo para evidenciar la catadura moral y el modus operandi de esta gente, sino por dos motivos importantes:
Otra prueba de que el CGE vive totalmente fuera de onda es que algunas iniciativas importantes
para el desarrollo de un guión del conocimiento (Gordon y Nelson, 2006) como seña de identidad de la
profesión enfermera del Siglo XXI (como ejemplo notorio la de los Centros Comprometidos con la Excelencia en Cuidados, en la que ya se implican cientos
de enfermeras en una treintena de centros implantando decenas de guías de práctica
clínica) están creciendo al margen –afortunadamente, me atrevo a decir– de los
burócratas corporativos, aunque hay que destacar el apoyo de algunos colegios, que
además desarrollan sus propios programas de estímulo. Pero en el extremo contrario, el de la hipertrofia del guión de la virtud, no es infrecuente
ver a los gerifaltes del Consejo General humanizando todo lo que se
menea... menos el propio Consejo, que probablemente sea la institución que
más humanización precisaría.
O, también, el desdén con que se ha recibido desde el Consejo el movimiento mundial Nursing Now 2020, que debería estar siendo aprovechado para promover una amplia coalición interna de proyección de la profesión. No me cabe duda de que ese desdén no es producto de la ignorancia, sino del convencimiento de los representantes nacionales legales –pero no sociológicos ni políticos– de las enfermeras sobre su propia incapacidad para generar y liderar un movimiento poderoso a partir de un relato basado en valores y en el guión del conocimiento, en que se apoya la campaña. (Por no hablar –dentro siempre del debido respeto a las personas y desde un estricto punto de vista del marketing– de la imagen vintage, incluso graciosa y tierna, que transmite la presencia icónica en los medios del presidente nacional: simplemente, no entiendo cómo no les da reparo, a ellos mismos y a las propias enfermeras que deben verse proyectadas en esa imagen surrealista).
Aquí sí voy a dar un detalle para que se vea la magnitud del asunto y porque es algo que ha implicado a terceros que me parece que no siempre han estado todos a la altura: entre junio de 2011 (mi estreno en el medio enfermero) y mayo de 2016, cuando se hizo notoria la querella, fui invitado como conferenciante a 33 eventos, una media de casi siete al año. Solo en los 12 meses anteriores, junio 2015–mayo 2016, acudí invitado a siete conferencias o mesas redondas; pero desde junio de 2016 hasta la actualidad (dos años y medio) únicamente he recibido dos invitaciones (una de ellas, pro-bono). No podemos descartar que mi rendimiento como comunicador empeorara súbitamente, pero... algo más, parece que hay, ¿verdad?
Como decía, no voy a detallar más las vivencias negativas (también las hubo positivas, que conste), ni las vicisitudes tan desagradables que nos tocó vivir durante estos más de 1.000 días, uno a uno. Y no lo voy a hacer, no porque no me lo pida el cuerpo para evidenciar la catadura moral y el modus operandi de esta gente, sino por dos motivos importantes:
»
El primero, que hacerlo sería seguir su juego de la
intimidación: no solo pretenden joderte a ti y tu familia la vida durante unos
años, y dejar secuelas si es posible, sino también que otros indignados se lo
piensen dos veces antes de denunciar abiertamente los trapicheos y tejemanejes
de los que tengan conocimiento («ya ves
la que se está llevando el sociólogo... ¿de verdad quieres lo mismo para tu
familia?»). Es la misma finalidad que persiguen cuando detallan ufanamente
en sus circulares, estación a estación, el via crucis por el que han hecho
pasar a las juntas de los colegios disidentes, acaben ganando (Murcia) o incluso
perdiendo (Baleares): aparte del objetivo de hacer sufrir para que se sepa
quién manda, tienen el objetivo añadido de que los colegios que no son de su
cuerda manifiesten su disensión en el bar de la esquina con tres güisquis y no
en los foros públicos («ya ves la que se
han llevado en Murcia... ¿de verdad quieres lo mismo para ti, tu Junta y
tus colegiados?»).
Esta es la esencia del matonismo (definido en el Diccionario de la Lengua Española
como la «conducta de quien quiere imponer su voluntad por la amenaza o el
terror») y desde luego yo no estoy dispuesto a jugarles su juego. Si a mí me ha
merecido la pena pagar el precio –que no estoy seguro del todo– es porque esta sentencia, que sirve como
importante antecedente en asuntos judiciales similares, hace mucho más difícil
que sean admitidas en adelante, menos aún que prosperen, nuevas querellas
contra disidentes por parte del Consejo y los colegios de su cuerda: hoy es más
seguro que antes de la querella hablar alto y claro de la corrupción colegial (siempre que las denuncias
se acompañen de las correspondientes pruebas, por supuesto).
»
Y el segundo motivo para no querer detallar mi propio via crucis
es el pudor, ya que lo mío no es nada comparado con la cacería humana desatada contra muchos denunciantes de corrupción en España. El principal problema de nuestro país, en este preocupante tema, es que «la corrupción
está institucionalizada y quienes tienen el valor de denunciarlo se enfrentan a
la ejecución más cruel del poder». En todos los ámbitos, especialmente los
públicos, de ahí que denunciar la corrupción sea un deber de ciudadanía; y la
transparencia es la única forma de ponerle freno, por eso, cada cual desde sus
ámbitos, debemos exigir a los responsables políticos, no solo que implementen
las directivas europeas, sino también las propuestas de Transparencia Internacional-España para una Ley Integral contra la corrupción, desarrollos que deberían vincular también a las corporaciones
de derecho público como las profesionales.
3. El legado.
Si el legado de este Régimen autoritario hubiera sido positivo para la
profesión, se podría echar mano del confucianismo-felipismo, aquello de gato
blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones. Pero es que la única
conclusión a la que se puede llegar al mirar el panorama y volver la vista
atrás es que, pese a las fanfarrias propagandísticas del Régimen y el NODO que ha sido desde su creación Diario Enfermero, se han cazado pocos ratones: por mucho que se pregone lo contrario, también en los medios amigos, se han perdido treinta años que, pudiendo
ser de oro como en tantos otros países, solo han servido para frustrar, desmovilizar y
descohesionar, incluso dividir, a la profesión.
Hay desde luego logros tangibles y muy meritorios, de los que tratan de apropiarse como propios («tenemos los enfermeros mejor formados y preparados de la Unión Europea y, probablemente, del mundo») presumiendo por los despachos y las redacciones. (Igual que cuando presumían de haber conseguido ¡ellos solitos! el «hito histórico» de su inclusión en el Nivel 2 del MECES (Grado) para todas las enfermeras españolas: ¡ellos, que estuvieron años vendiendo cursos de adaptación al Grado porque fuera de ellos no habría equiparación para nadie!).
Lo cierto es que son logros que cientos de enfermeras asistenciales, docentes, investigadoras y gestoras
han podido ir aportando, a pesar de ellos, no gracias a ellos. Y desde luego, sin apoyo notorio de un Consejo General que no sabemos en qué se gasta 18 millones de euros al año, pero seguro que no es en apoyar y hacer visible la excelencia individual: más bien, en mantenerla oculta para que no se vea que el rey, efectivamente, va desnudo. Y aquí dejo esta subordinada, no vaya a ser que la rueda empiece a girar de nuevo...
O, también, el desdén con que se ha recibido desde el Consejo el movimiento mundial Nursing Now 2020, que debería estar siendo aprovechado para promover una amplia coalición interna de proyección de la profesión. No me cabe duda de que ese desdén no es producto de la ignorancia, sino del convencimiento de los representantes nacionales legales –pero no sociológicos ni políticos– de las enfermeras sobre su propia incapacidad para generar y liderar un movimiento poderoso a partir de un relato basado en valores y en el guión del conocimiento, en que se apoya la campaña. (Por no hablar –dentro siempre del debido respeto a las personas y desde un estricto punto de vista del marketing– de la imagen vintage, incluso graciosa y tierna, que transmite la presencia icónica en los medios del presidente nacional: simplemente, no entiendo cómo no les da reparo, a ellos mismos y a las propias enfermeras que deben verse proyectadas en esa imagen surrealista).
Menos mal que esta imagen retro a veces se compensa, por ejemplo, con la presencia de una enfermera en la iniciativa Ciencia en el Parlamento, que se transmitió más allá de nuestras fronteras, siendo reseñada en la revista Nature. Esta sola y merecida presencia enfermera en un ágora de la Ciencia hizo mucho más en un solo día que tres años de autobombo de sus pretendidos representantes, no solo para proyectar una imagen moderna basada en el conocimiento científico de la Profesión Enfermera, sino también, creo, para la propia autoestima de muchas enfermeras españolas, hartas ya de tanta caspa.
En fin, estos treinta años de Edad Media
Enfermera han generado una profesión sin liderazgos globales ni mucha visibilidad
social, acostumbrada a soportar en silencio el maltrato, la arbitrariedad y el
narcisismo de sus representantes, a los que se aguanta como parte del paisaje
sin entender –o querer entender– el enorme poder y recursos que su silencio les
ha proporcionado. Como consecuencia, para el observador externo destacan rasgos
de un colectivo donde cada cual prefiere caminar por su propio sendero, aquel
que más le conviene, sin pensar que es posible un camino de progreso
compartido, en el que para que unos ganen no es inevitable que otros pierdan.
El de la descohesión, es para mí el
rasgo más distintivo y preocupante de una profesión debilitada frente a los
retos y conflictos de una sociedad en transición y unos servicios de salud en
crisis, donde es preciso más que nunca un relato compartido basado en valores
de progreso y cooperación. Un Renacimiento Enfermero que deje atrás la Edad
Media, porque las enfermeras están llamadas a ser uno de los engranajes
fundamentales, si no el principal, sobre el que giren los servicios sanitarios
del futuro, de eso ya existen hoy pocas dudas. Pero no estoy muy seguro de que
una gran mayoría de las enfermeras españolas estén dispuestas a situarse a la
altura de estos retos y a luchar para estar por pleno derecho y con igualdad de
estatus en los foros de decisión sanitaria donde realmente se diseña el futuro.
Porque sin liderazgos profesionales, es imposible.
Y con estos líderes negligentes, desprofesionalizados y egoístas, que además están atrapados por una ominosa sombra muy alargada que tardará aún años en difuminarse (y prescribir), no se va a
ningún lado; aunque traten de remozar el escenario con caras nuevas –que en
lugar de cambiar los malos hábitos se acomodan rápidamente a ellos– y de salvar
la cara siguiendo algunas de las exigencias opositoras de años (paridad de sexo
en la Ejecutiva, sede propia, prescripción enfermera...), al final les saltan
las costuras de su mentalidad autoritaria y sectaria:
»
Con procesos electorales antidemocráticos dirigidos por las
juntas de Gobierno salientes en lugar de por Juntas Electorales independientes
elegidas por sorteo u otros métodos democráticos.
»
Con el oscurantismo más delirante, ya que durante años se
ha guardado tan celosamente como la fórmula de la Coca Cola la fecha en que
correspondía celebrar elecciones por extinción del mandato de las juntas de
gobierno. Algo que sigue sucediendo, pese a las resoluciones unánimes de los
órganos de transparencia central y autonómicos, como están
comprobando sobre el campo los activistas de AccióN Enfermera.
Algo
que ha sido utilizado hasta la náusea por los colegios más deshonestos, que han utilizado el
truco del notario y el tablón de anuncios para fingir que han convocado procesos electorales a los que
únicamente se ha presentado la candidatura continuista, ¡qué causalidad! (perdón por la auto-errata).
»
Con el vergonzoso plazo de ocho días naturales para la
presentación de candidaturas, introducido en 2001 por el Consejo General y
copiado por muchos colegios como truco para impedir/anular candidaturas
opositoras. Con la doble vara de medir a la hora de tomar medidas
estatutarias teniendo en cuenta si se trata de colegios amigos o de colegios
disidentes.
»
Con elecciones colegiales amañadas, anulando candidaturas,
falsificando el voto por correo, etc., como demuestran las decenas de casos que
salpican el calendario durante todos estos años y que estas últimas semanas
están teniendo una amplia repercusión, gracias a los colegios de Salamanca,
Cáceres o Las Palmas.
»
Con Juntas de Edad ilegales que okupan los colegios de manera indefinida sin amparo legal,
gestionando los recursos de los colegios como si fueran órganos electos y no,
producto del dedazo.
»
Con la insumisión, desgraciadamente tolerada por las
administraciones públicas, frente a la legalidad, llámese esta Ley de colegios o de
transparencia y buen gobierno, cuyas obligaciones legales simplemente se siguen ignorando ¡hasta ocho años después de entrar en vigor! (eso sí, reservando las correspondientes partidas presupuestarias).
»
Con presupuestos oscurantistas que engloban bajo epígrafes
grandilocuentes gastos de todo tipo que nunca se explican y detallan en las
asambleas. Incluyendo por supuesto lo que se embolsa cada directivo colegial y
bajo qué conceptos, información que tienen obligación legal de proporcionar los
beneficiarios y derecho a conocer quienes sufragan con sus cuotas esas
retribuciones encubiertas.
»
Con culturas y prácticas de élite extractiva, que dejan
solo cuatro cursos, tantas veces impartidos por fundaciones o empresas
amigas que se hacen pasar como de la casa, junto con el pan y circo –en algún caso, lo
del circo no parece ser solo una metáfora– para la plebe colegial.
»
Con decisiones adoptadas por órganos incompetentes,
saltándose la voluntad de las asambleas generales o negando a estas la
documentación necesaria para saber qué votan. Por ejemplo, cuando se proponen y
aprueban estatutos nuevos en procesos exprés contrarios a la legalidad del procedimiento administrativo, que obliga a trámites de audiencia pausados.
Todo ello –y más, pero sería demasiado
largo seguir relacionandolo ahora–, y tan sostenido en el tiempo, ha deparado un desprecio
generalizado hacia esta élite extractiva por parte de los decisores sanitarios
y el resto de organizaciones profesionales sanitarias, lo que sin duda perjudica
mucho a toda la profesión al ser tomada, desgraciadamente, la parte por el
todo. Aunque, bien pensado, no carecen de cierta razón: algo debe fallar en una
profesión cautiva que ha permitido sin protestar un dominio perfecto por parte
de esta indolente camarilla durante treinta años.
4. Cuánto ganar, cuánto perder.
¿Mereció la pena? ¿La merece aún?
(me pregunto a mí mismo). No lo sé, supongo que depende de las consecuencias
reales que tenga finalmente todo esto, aunque esas cosas tardan en desvelarse.
Desde el punto de vista cívico, es una pequeña victoria en el haber de los denunciantes
de la corrupción que quizás valga para algo. Desde el punto de vista
personal, hay dos terrenos: en el de los valores y la ideología la experiencia
me hace sentirme bien, congruente conmigo mismo y con la educación en valores
que recibí; pero en el de las vivencias y del día a día ha sido duro,
especialmente por las repercusiones sobre la familia, y no sé si mereció la
pena, si gané más que perdí o fue al revés.
Me permito una pequeña maldad (si
no, no sería yo): me daría por conforme si sirve para convencer a la gente de que hay que organizarse en base a objetivos comunes para poder movilizarse contra tanta
bajeza y no limitarse a la queja apesadumbrada en la nube de la futileza pretenciosa y
narcisista –«¡Cómo me duele esta
profesión!». «Y a mí, amiga, ¡cuánta
razón tienes!, ¡qué bien expresas este dolor compartido!». «¡Hay que hacer algo
ya!». «¡Llevamos AÑOS diciéndolo, esto no puede esperar más!, ¿Por qué no hace alguien algo DE UNA VEZ?». «¡Quita! ¡Ahora mismo pongo una entrada en el blog, mira que me caliento rápido!».
«¡Dale! ¡Dale! ¡Y a quien le escueza, que
se rasque!»–, porque así se ganan followers, retweets y likes pero se
pierde definitivamente, creo yo, hasta el propio respeto. Pocas cosas hay más patéticas que alguien que, llegando en todo caso a ser un influencer de medio pelo, fantasee con haber llegado a ser un líder:
Y, una vez que he hecho amigos una vez más, acabo con mi reconocimiento y
agradecimiento a tanta gente, profesionales del sector y amigos de otras latitudes, que me han prestado
su apoyo durante estos tiempos complicados. También a quienes desde algún colegio o asociación han permanecido a mi lado, valorando mi aportación profesional
(y ayudándome ocasionalmente a pagar las facturas). Y a los periodistas y comunicadores que
han sabido captar el fondo moral y político de un debate solapado, que no
alcanza a llegar a la superficie, sobre la democracia, la transparencia y la
integridad en los colegios profesionales. Unas instituciones que a veces parecen genéticamente opacas y que canalizan a cientos de miles de personas y mueven cientos de millones de
euros, no siempre con la probidad y compromiso que debieran (de ahí que los buenos sean muy buenos ejemplos de que sí se puede).
Termino –ahora sí– con un pasaje de
José Saramago que ya he utilizado en alguna otra ocasión: