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lunes, 23 de noviembre de 2015

Enfermería, tiempo de regeneración democrática: (5) La pirámide social


 Texto redactado a partir de las notas para mi conferencia en Oviedo del día 14 de noviembre de 2015, 
 "Enfermería: Un relato de consenso para iniciar un proceso de regeneración institucional"
El sábado pasado, cuarta entrega: "(4) La burocracia es ciega"





Efectivamente, la “pirámide social” de la Profesión Enfermera ha cambiado radicalmente, de tal manera que más que de cambios cuantitativos –¡que claro que se han producido y muchos!– debemos hablar de un gran cambio cualitativo: la profesión no es hoy muy reconocible en el espejo de lo que era hace 25 años.
El único punto en común es que en la cima de la pirámide (hegemonía política, recursos y poder) se mantiene desde entonces el mismo grupo social, un poder que se perpetúa gracias a su habilidad para mantener unas reglas del juego, sobre todo electorales, sumamente difíciles de cambiar y para permeabilizar su poder en base a un ejército de disciplinados gobernantes locales que han unido su destino al del líder global. Y a una profesión políticamente desmovilizada, claro.
En el segundo escalón encontramos una “burguesía ilustrada” mucho más heterogénea: docentes, directivos, asesores, cuadros intermedios, dirigentes locales, líderes de opinión… Se trata de una “clase social” que se ha ido extendiendo un poco, pero no mucho; que cuenta con cierta capacidad de influencia y poder local/sectorial; que ha sido admitida, más o menos en pie de igualdad según los casos, por las élites tradicionales (médicas, políticas); y que tiene un acceso mucho más limitado que la cúpula directiva, pero mucho mayor que el resto de la pirámide, a los recursos esenciales para su consolidación como representación intelectual de la profesión.
Donde encontramos el primer cambio sociológicamente relevante es cuando nos referimos a la “clase media”: una clase media-acomodada de hace 20 o 25 años que hoy ha devenido en clase media-media, por utilizar una taxonomía sociológica estándar. Este sector social representaba el estatus y valor de la enfermería asistencial, complementada en sus componentes menos amables por una “clase obrera” (luego hablaremos de ella), el acceso de cuyos miembros a este estatus superior solo era cuestión de tiempo.
Esta clase media ha sido muy maltratado por las políticas de la crisis, que han recortado no solo sus condiciones laborales y sus retribuciones, sino también sus retribuciones “en especie” (todo lo relacionado con las políticas y acciones de desarrollo profesional continuado, acceso a la investigación, etc.), que como es sabido poseen un alto poder auto-referencial como parte esencial de la Profesión. Incluso han visto como se cierran algunas puertas a través de las cuales, basándose en la afinidad política con el gobierno del momento, era posible un acceso interino a puestos y recursos de la burguesía ilustrada.
Además de estos cambios cualitativos, derivados de las políticas anticrisis, un efecto fundamental de la transición social es el tamaño de esta clase media: representaba al menos las tres cuartas partes del colectivo profesional en los años ’80, pero hoy se trata de una especie amenazada a largo plazo en su propia existencia por la propia transición demográfica, en beneficio cuantitativo de una clase obrera que empieza a representar el paradigma del mundo asistencial. No solo no volverán a recuperar sus atributos de clase media acomodada, sino que mucho tendrían que cambiar las cosas para no acabar convertidas en un grupo residual, sombra de un pasado esplendoroso que no volverá.

En un pasado que bien mirado no es tan lejano, esa clase media acomodada era asistida por una clase obrera constituida por las nuevas cohortes que se iban incorporando desde las escuelas de Enfermería al mundo asistencial. Constituían un ejército de desempleadas estacionales  –entonces no existía desempleo estructural–, incorporándose cuando la clase media tomaba sus vacaciones o necesitaba ser sustituida por otras razones.
La pertenencia a esta clase obrera era temporal, ya que solo era cuestión de tiempo el acceso a las zonas periféricas de la clase media (empleos interinos “estructurales”), previo al acceso de pleno derecho. Aquí es preciso recordar que hasta casi 1990 seguía en vigor el Concurso Abierto y Permanente, a través del cual se accedía a una plaza en propiedad simplemente acumulando puntos (0,35 por mes trabajado, más cursos, etc.), sin necesidad de ofertas públicas de empleo y otras zarandajas fruto de una posmodernidad con bastante poco glamur.
En fin, llegado el verano parte de estas laboriosas obreras eran sustituidas por las nuevas cohortes de egresadas y así año tras año, estación tras estación… hasta que este “contrato social implícito” se rompe en aras del ideario de la “Nueva Gestión Pública” y la "clase obrera" se convierte en una mano de obra estructural, siendo mucho más difícil, y sobre todo largo, el acceso de sus miembros a la deseada clase media. No solo esto sino que además, con el tiempo, las condiciones de contratación, hasta entonces aceptablemente regladas, universales, conocidas y respetuosas con la reglamentación laboral, se tornan caóticas, crípticas, locales y tramposas, rompiendo con la propia legalidad.
Si en los años noventa la clase media representaba, digamos, el 75% de los efectivos asistenciales enfermeros, siendo complementada por un 25% de obreras temporales, hoy esta distribución es 50%-50% y todo indica que se seguirá inclinando a favor de la clase obrera precarizada que hoy se ha convertido, como he dicho antes, en el paradigma de la enfermería asistencial.
Finalmente, durante los duros años de crisis, que ya se prolongan unos siete años, asistimos a la aparición de una nueva clase social dentro de la Enfermería; o mejor dicho, si respetamos los fundamentos de la teoría de las clases sociales, a una no-clase: lo que denomino, pidiendo perdón al auditorio y especialmente a los propios afectados, el Lumpemproletariado (las víctimas de las nuevas humillaciones, como las caracteriza el sociólogo Juan Irigoyen). Un creciente ejército de desclasados, ya que la desconexión entre políticas educativas y sanitarias está propiciando, si es que no directamente produciendo, un extraordinario atasco: el cruce que da acceso de la calle Universidad a la avenida del Trabajo está permanentemente en obras. Los políticos que legislan, las autoridades que regulan y los burócratas que gestionan han establecido, como única medida, tres desvíos “provisionales” por las calles del Desempleo, el Subempleo y la Emigración.

Mientras continúen saliendo 10.000 enfermeras/os cada año de las universidades y las raquíticas tasas de enfermeras profesionalmente activas no tiendan a equipararse a la media de nuestro entorno, el futuro que se ofrece a las nuevas generaciones es, sin duda y siento decirlo, desesperanzador. Ojalá que la tan cacareada “recuperación” ayude a achicar un poco el embalsamiento producido durante estos largos, terribles años.
Lo cierto, para ir terminando este apartado, es que los cambios en la pirámide social de la profesión tienen necesariamente efectos sociológicos y no se entienda esto como algo teórico: tiene efectos en valores, actitudes y conductas que, de ser fácilmente previsibles y ordenadas hace años hoy en día son imprevisibles y desordenadas. Si subsiste la actual cultura de la desmovilización, se generará un flujo de desmotivación, hostilidad y nihilismo que afectará de manera muy especial a lo que debería ser el principal activo de la profesión: los grupos de mediana edad, a quienes, tras siete, ocho, diez años de precariedad, siguen sin abrírseles las puertas que conducen a un empleo estable y de mínima calidad.
Esto constituye una dinámica que, de no mediar cambios de calado en las políticas profesionales del SNS, va a ir convirtiéndose en corriente dominante. Se trata, naturalmente, un problema de gran magnitud que debería hacer reflexionar a todos los implicados.

Fin de esta primera entrega (habrá más)


3 comentarios:

  1. Buenos días.

    ¿Cómo puede destinar el Colegio de Madrid (dirigido por liberados en activo y exliberados de SATSE), 1.400.000 euros a la Fundación madrileña de ayuda a la enfermería (cuyo patronato está compuesto por miembros de SATSE Y FUDEN), para dar cursos gratuitos a los colegiados de Madrid que son exactamente los mismos cursos que por su lado FUDEN cobra a los afiliados de SATSE?

    Cuando esos cursos ya están diseñados previamente por la propia FUDEN, los que han hecho los libros, profesionales de prestigio, ni cobran por ello y probablemente comparten estructura organizativa entre ambas instituciones como demuestra que son los mismos cursos y los mismos patronos.

    ¿Como puede estar la Presidenta ejecutiva de FUDEN, entidad adscrita a SATSE como patrona de la FMAE, entidad ligada a CODEM?

    ¿Como puede ser el Secretario de Organización de SATSE a la vez Vicepresidente del Colegio de Enfermería de Madrid?

    ¿Para cuando una auditoria veraz realizada por algún estamento público (UDEF) a estas dos organizaciones?

    Saludos cordiales y gracias por lo que haces.

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    1. Yo me hago las mismas preguntas (y hasta otras más) y siempre llego a la misma (desgraciada) respuesta: porque el 99% de las enfermeras/os de Madrid, sus cuotas colegiales las tienen asumidas como una cotización de por vida, como los autónomos la nuestra (aunque pagamos en un mes lo que ellas/os en un año, eso sí) y les resbala absolutamente todo lo que tenga que ver con su colegio. Incluso los golfos y sus golferías, sobre los que lo desconocen todo. Saludos y a ver si poco a poco...

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  2. Espectacular el diagnóstico de situación que planteas Juan, gracias por presentarlo en las jornadas de Enfermería de Oviedo. Es necesario que tengamos datos como estos, e incluso más concretos para poder trabajar unidos por nuestra profesión, digo necesario y creo que es imprescindible. La mayoría de las organizaciones con representatividad profesional o laboral desconocen esta realidad y lo que es peor creo que no les interesa en absoluto...

    Como enfermero, es evidente que no me gusta esta realidad, entre otras cosas porque aunque ahora mismo no sea lumpen, es evidente que esta realidad social me afecta laboralmente, profesionalmente y personalmente. Es posible que muchos de nosotros no lo queramos ver, pero lo que hacen a nuestros menores, nos lo están haciendo a nosotros, y a los de arriba. Muchas veces son enfermeras gestoras las que cometen los peores atropellos contra profesionales y profesión.

    Sin embargo sin verlo todo negativo, sabemos que cambiar una realidad social no es cuestión de tres días, ni cosa que se arregle con una asociación.

    La pregunta es ¿Cómo cambiamos esto? ¿Tiene solución? ¿Merece la pena?

    O ¿podemos articular un discurso político desde la enfermería en torno al sistema sanitario en España?

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