lunes, 9 de abril de 2018

Relato


Cuando desde una organización profesional se realiza cualquier propuesta de modificación de las políticas de ordenación competencial de las profesiones, esta tiende  ser apreciada como “de parte”; es decir, que queda etiquetada, de manera casi automática, como una propuesta dirigida a conseguir algo para los propios proponentes y para aquellos a quienes representan, modificando el statu quo en beneficio propio.
Por ello es fundamental que cualquier propuesta de reforma demuestre que es necesaria o conveniente para dar respuesta a problemas que, afectando a la propia profesión por supuesto, impiden responder a retos fundamentales del servicio de salud u organización sanitaria. Solo llevando a los reguladores y directivos al convencimiento de que no acometer los cambios será más gravoso para todos que acometerlos, será posible conseguir que presten atención sin “contaminación ambiental”. Ello es aún más importante en el caso de organizaciones sanitarias burocratizadas y profesionalmente fragmentadas, como es el caso.
Por ello, es fundamental contruir un relato; últimamente este vocablo se ha puesto de moda y no siempre se sabe qué significa en ciencias sociales. La retórica aristotélica afirma que para que un discurso convenza tiene que cumplir tres condiciones: tiene que basarse en valores y ser capaz de transmitirlos ('ethos'); pero también presentar la realidad de manera objetiva y científica, no manipulada ('logos'); finalmente, debe conseguir llegar al auditorio y ser capaz de obtener la cercanía y empatía de los oyentes ('pathos').
Llevo unos siete años tratando de refinar mi relato sobre la enfermería, su pasado, su presente y su futuro, a partir del siguiente razonamiento lógico: si personalmente he llegado, sin ser parte directamente implicada, a la conclusión puramente intelectual de que sin una reforma profunda de las estructuras profesionales que en ciertos ámbitos haga pivotar las organizaciones sanitarias en torno a la enfermería, y no a la medicina como ahora, nos acercamos a un desastre anunciado, parece razonable tratar de ayudar a las propias enfermeras a plasmar esas lógicas, a crear su relato.
Hoy en día, tener un relato coherente, objetivo, basado tanto en una visión de la realidad que se pretende modificar como en valores que informan los caminos de salida, lo es casi todo. Este sería el resumen, simplificado por supuesto, de mi relato.


En los últimos 15 años, la población española creció un 14%; los mayores de 75 años, un 50%; y los mayores de 85 años, un 97%. Hay ya 1.900.000 hogares donde personas de 65 y más años viven solas, de los cuales 1.300.000 corresponden a mujeres. Todos los estudios y estadísticas muestran que el sexo (mujeres), el nivel educativo y la soledad, aparte de la pobreza, son los principales predictores de empeoramiento de la salud. Estadísticamente, de los 23 años de esperanza de vida de una mujer a los 65 años, solo pasará 9 libre de enfermedades cronificadas; y de los restantes 14 años, solo 7 sin dependencia total (en el caso de los hombres, los datos son, respectivamente, 19, 8, 11 y 7).
Esta “transición demográfica” ha dado paso a la existencia de cientos de miles de personas en situación de cronicidad compleja y fragilidad: pequeñas alteraciones, que para otras personas no supondrían gran problema, producen en ellos consecuencias muy graves. Lo más probable, cuando así sucede, es que se produzcan episodios de hospitalización que no son inocuos, sino que también tienen graves consecuencias sobre la capacidad y funcionalidad de estas personas, por lo general ancianos: dejan graves secuelas. Las personas mayores de 75 años representan el 9% de la población española, pero suponen el 29% de los ingresos hospitalarios.
Este problema no solo afecta a las personas, sino también a los servicios sanitarios: aunque la hospitalización de pacientes crónicos complejos supone el 15% de las hospitalizaciones, causan el 30% de las estancias. Y las cifras van creciendo cada año. Enfrentados al resto de los problemas (entre ellos el incesante crecimiento en el gasto de los tratamientos farmacológicos hospitalarios, oncológicos especialmente), los hospitales no pueden hacer frente a esta “epidemia” de hospitalizaciones, de las cuales en torno al 40%-50% serían evitables, según estudios disponibles. A ello se añaden unas listas de espera que ya empiezan a suponer un grave motivo de preocupación social (y política).
De esta manera, nos encontramos con una gran paradoja: es fundamental que las situaciones de fragilidad sean abordadas en la comunidad, lo cual exige una atención primaria cada vez más robusta, es decir, mejor financiada; sin embargo, el crecimiento del gasto hospitalario, que parece tener vida propia por mucho que las políticas y discursos digan lo contrario, impide un mayor esfuerzo financiero de la atención primaria, mejorando sus dotaciones de profesionales.
Las organizaciones y sistemas sanitarios más avanzados se dieron cuenta hace ya tiempo de que la solución a estos problemas no pasaba por más medicina, sino por más (y mejor) enfermería. Pero en España no ha sido así. Los retos pasan por; a) disminuir la presión hospitalaria que producen la cronicidad y la fragilidad; b) para ello, hay que tratar de mantener a estas personas estables y con una atención sanitaria que no descanse en los cuidadores informales, sino en profesionales, especialmente enfermeras de familia; c) en cuanto a los ingresos hospitalarios, es fundamental acabar con la actual atomización de los ingresos en las diferentes especialidades, para lo cual deben existir unidades específicas de hospitalización de crónicos complejos donde se presten unos cuidados integrales que palien el deterioro sanitario y funcional que suponen estos episodios y reduzcan las elevadas tasas de rehospitalización y de fallecimientos durante el internamiento; d) asimismo, hay que potenciar la hospitalización a domicilio, tanto para evitar las hospitalizaciones evitables como para las altas más prematuras.
En general, existe en esos países un consenso bastante alto: que los médicos hagan en sus consultas de atención primaria o centros de especialidades todo aquello que no precisa de asistencia en los hospitales; y que las enfermeras asuman todas aquellas competencias para las que han sido formadas y que se ha demostrado que pueden aplicar con iguales, si no mejores, indicadores de resultados. En definitiva, flujos hospital → primaria y medicina → enfermería.
Sin embargo, en España las políticas de los servicios de salud siguen basándose especialmente en los médicos; en los hospitales no existen políticas efectivas para que los especialistas dejen de realizar procedimientos diagnósticos y terapéuticos sobre los que no existen sin evidencias sobre su necesidad e idoneidad; menos aún para que los médicos de atención primaria asuman procedimientos menos complejos, para los cuales se forman durante 10-11 años.
En nuestra atención primaria existen unas plantillas médicas desbordadas y muy desmotivadas que han llevado a que el pasado año, de los 2.000 primeros aspirantes a MIR solo 40 escogieran la especialidad de medicina familiar y comunitaria; y que de los últimos 400, fueran 170. Diríase que la mayoría de los médicos solo van a primaria cuando no hay otro remedio. Sin embargo, la de enfermería familiar y comunitaria es, tras la de matrona, la que prefieren las enfermeras, profesión con una orientación comunitaria mucho más acendrada.
El resultado de estos consensos ha culminado con la campaña Nursing Now, impulsada por una comisión parlamentaria británica interpartidista y asumida por la Organización Mundial de la Salud y el Consejo Internacional de Enfermería, además de otros organismos nacionales en muchos países. No, en España.
Sin embargo, también es necesario preguntamos –y contestar honestamente– si la situación actual de nuestra enfermería es la idónea para ofrecerse a las autoridades y reguladores sanitarios como esa fuerza profesional tan necesaria como solución a los graves problemas que ya están padeciendo los servicios de salud.
La enfermería española es una de las más prestigiosas de Europa, demandada ampliamente como demanda preferente en los países con déficits en sus dotaciones de enfermeras. Sin embargo, están empezando a aflorar algunos problemas, especialmente a causa de los recortes en el gasto sanitario, por tanto en las dotaciones de las plantillas, y de las deficiencias en unas políticas de recursos humanos que están incentivando que los directivos vean en la enfermería una mano de obra barata, disciplinada y más preocupada por el cuánto que por el cómo. Un estudio comparativo de 12 países europeos sobre la percepción de sus enfermeras acerca de los cuidados de enfermería que se quedaban sin realizar denota que España está en la media de esos países y que efectivamente las enfermeras reconocen que hay cuidados sin realizar por falta de tiempo.
Unas plantillas de enfermeras insuficientes pueden traducirse en efectos adversos (infecciones, lesiones por presión, deterioros cognitivos, medicaciones mal administradas…), mayor mortalidad intrahospitalaria y mayores tasas de reingresos. Afortunadamente, en España, a diferencia de otros países que experimentan serias carencias de enfermeras tituladas, disponemos de enfermeras que podrían incorporarse ya a los servicios de salud.
Sin embargo, el desempleo y la precarización de los empleos sanitarios suponen una puerta giratoria (del desempleo a la precariedad y de vuelta al desempleo…) muy preocupante para la calidad de los cuidados de enfermería, tanto en los hospitales como en atención primaria. Una enfermera recién graduada precisa aprender a conocer las claves del funcionamiento de las unidades; pero ello no es posible si hoy está en paro; mañana tiene un contrato de dos semanas en un centro de salud; luego un contrato de un mes en urgencias del hospital; vuelve al paro; luego, le sale un contrato en extracciones; luego, en consultas externas; luego en neonatos…
Si a ello le añadimos que el tiempo medio de espera hasta obtener un empleo estable asciende actualmente a 12 años en la sanidad pública y seis en la privada, la motivación de los profesionales no puedo sino resentirse, hasta el punto de que una de cada cinco enfermeras afirme que no volvería a estudiar enfermería, menos aún a recomendarlo.
Sin duda hay soluciones y solo hace falta menos burocracia y más imaginación, un pequeño esfuerzo financiero y mayor confianza en nuestros profesionales.

El pasado día 22 de marzo, amablemente invitado por El Col·legi Oficial d’Infermeria de les Illes Balears, tuve la oportunidad de ampliar este resumen y ofrecer mi relato de manera más amplia.

Es posible ver y escuchar, tanto mi propia exposición (60 m.), como la de la presidenta del Colegio, Rosa María Hernández. Y también el animado e interesante debate posterior, en los que uno nunca deja de aprender sobre el pensamiento, las percepciones, vivencias y sentimientos, y el día a día de las enfermeras. A todas ellas, gracias por enseñarme.







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