jueves, 23 de junio de 2016

Más que ciencia

Hace unos seis años que realicé mi primera aproximación, digamos holística, al estudio de la Enfermería como profesión. Aunque había escrito y publicado cosas antes, fue con motivo del encargo de lo que acabaría siendo mi best-seller: "La enfermería frente al espejo: mitos y realidades", cuando pude dedicar algo de tiempo y dedicación para realizar algo así como un diagnóstico de situación (ya ve usted, hasta algunos de letras reivindicamos nuestra propia competencia diagnóstica).


Desde el primer momento he mantenido una relación muy estrecha con uno de los dos destinatarios de mi trabajo, las enfermeras (el otro son los reguladores políticos). Más con las "bases" profesionales que con sus élites y no precisamente por elección mía, sino por antagonismo de gente que ha podido percibir en mi discurso o mis escritos una amenaza al statu quo en el que se mueven como pez en el agua. O más bien, en algún caso, como culebra en la ciénaga. Pero ese es otro tema y hoy "no toca".

Aunque me considero una persona capaz de transmitir inteligiblemente su pensamiento, siempre me ha costado mucho transmitir una idea que me parece básica: que el excesivo énfasis en la dimensión "espiritual" o "humanista" de la Enfermería como profesión, antes que servir como elemento de cohesión en base a unas señas de identidad compartidas, sirve como factor de frustración de muchísimas enfermeras y de alguna manera actúa más como freno que como acelerador en la marcha hacia un progreso real de la profesión y de los profesionales.

A veces se interpreta mi posición como la incitación a una "deshumanización" de los cuidados de enfermería y nada más lejos de mi ánimo. Como en cualquier profesión que se ocupa de las personas, especialmente si se trata de situaciones o condiciones de mayor vulnerabilidad, riesgo o sufrimiento, es fundamental que exista un entendimiento cabal y una praxis excelente de los aspectos relacionales; algo que implica y exige cercanía, respeto, consideración, incluso empatía y calidez. Si no se es capaz, creo que no se vale para esta profesión tan exigente como enriquecedora. Porque no hablamos de "señas de identidad", sino de profesionalidad (profesionales) y profesionalismo (profesión). Perdón por la cacofonía...

Leía ayer una entrada en un blog de enfermería y me pareció que expresaba bastante bien lo que quiero transmitir: que el sentimiento, o la percepción, que debe predominar dentro de la profesión es que "la enfermería es más que ciencia".

A veces creo vislumbrar  –y no descarto que en ocasiones se trate de un sesgo observacional mío–  en el subtexto de ciertos discursos o posicionamientos dentro de la profesión, tan centrados en celebrar y remarcar su dimensión o contenido "humano", que el sentimiento o la percepción, en realidad, es que "la enfermería, además, es ciencia".

Me gustó del artículo la naturalidad con la que se habla de estos temas, a partir de una experiencia personal sin duda impactante, pero estoy seguro de que la mayoría de las enfermeras y enfermeros que estén leyendo esto habrán tenido experiencias igual de impactantes personalmente y en la doble dirección: para ellas/os y para sus pacientes.

Me gusta la manera en que dice que no es cierto, como a menudo se comenta, que haya enfermeras que "conecten personalmente" con los pacientes y otras que no, ya que siempre existe esa conexión: la diferencia no está, pues, en la cantidad sino en la calidad de la misma. Y, claro, me encanta esa frase: "La enfermería es más que ciencia". Pero sobre todo, añado yo, es "ciencia" y debe ser/hacerse visible como "ciencia".

Como creo que si a mí me ha servido podría servirle a algunos de mis amables lectores, me he tomado un poco de mi  –¡ay!– escaso tiempo para realizar una traducción algo apresurada que he intentado adaptar a nuestro propio contexto. Espero que se pueda captar el sustrato de naturalidad que comento bajo una redacción quizás demasiado sentimental (al menos para mi que, afortunadamente para los pacientes, me mantengo al margen de esos escenarios profesionales y por tanto de esas vivencias personales que tanto tienen que marcar):




Los pacientes nos cambian: una experiencia enfermera formativa.
Hace muchos años recibí el mejor de los regalos por parte de un paciente, aunque él no tenía ni idea de cuánto iba a cambiar eso mi vida y definir mi perspectiva profesional como enfermera. Aunque sé que no todas las enfermeras serán lo suficientemente afortunadas de tener, tan pronto en su carrera, una experiencia así de explícita de los efectos que tienen los cuidados que prestan, creo que cada paciente con el que entras en contacto puede cambiar tu vida tanto como tú puedes cambiar la suya.
Cantidad o calidad de los cuidados
La enfermería ha evolucionado hasta convertirse en una profesión altamente tecnificada basada en evidencias científicas, una profesión que trabaja para mejorar los resultados del paciente y mejorar los indicadores hospitalarios. La investigación y la tecnología fundamentan este trabajo en innumerables aspectos.
Pero aunque las enfermeras tienen que ser expertos en técnicas, en medicamentos o en eficiencia, también deben hacer todo lo posible para aliviar el sufrimiento de las personas a su cargo. Todas estas demandas múltiples y simultáneas pueden producir tasas muy altas de agotamiento entre las enfermeras, pero también una atención demasiado fragmentada para sus pacientes.
La cantidad de los cuidados que ofrecen las enfermeras de hoy debe ir de la mano con la calidad de la atención. Mi definición propia de una atención de calidad se centra en los pacientes, pero como algo más que un conjunto de signos, síntomas, números y procesos que necesitan de supervisión y ajuste. Reconocer a los pacientes como individuos y hacer que cobre sentido nuestro tiempo a su lado es a menudo tan importante como el logro de nuestros objetivos clínicos.
Cuidar con amabilidad
Cuando entré en la enfermería, debido a determinadas circunstancias personales, tuve que avanzar dentro de la profesión paso a paso, desde asistente a auxiliar de enfermería; desde ahí, a enfermera titulada; y, finalmente, hasta obtener mi nivel de máster en enfermería.
Durante el tiempo que pasé como alumna de enfermería, el hospital donde trabajaba como auxiliar sufrió una huelga de enfermeras y a los auxiliares se nos pidió que asumiéramos determinadas funciones. Dado que yo estaba estudiando enfermería y a punto de finalizar mis estudios, me pusieron bajo la supervisión directa de una enfermera y un médico para prestar cuidados en la UCI. El paciente que me asignaron era un hombre joven, con casi todos los huesos rotos en un accidente de moto; con un montón de yesos y heridas abiertas; y en estado de coma.
Aunque sin duda necesitaba el nivel de cuidados de una UCI, se le consideró una opción "segura" para una auxiliar a punto de convertirse en enfermera. Necesitaba atención constante de sus heridas abiertas y, a pesar de todos sus yesos, necesitaba cambios posturales regulares. Nunca antes había atendido de manera continua a un paciente con necesidades tan complejas.
Cada día, mientras atendía a su cuerpo, hablaba con él. Le explicaba lo que estaba haciendo, si podría o no dolerle, y eso lo hacía con cada procedimiento. Era un trabajo duro físicamente. Pero intentaba siempre ser alegre y darle apoyo; sabía que no podía responderme, pero no tenía ni idea de si sería capaz de oírme o entenderme.
Me ocupé de él algo menos de dos semanas. La huelga se solucionó y regresé a mi trabajo normal. Durante mi cuidado nunca recuperó la conciencia.
Unos meses más tarde, acabé la carrera y empecé a trabajar en el servicio de urgencias de mi hospital. Una noche, como un año después de mi paso por la UCI, llamé a un paciente al que se acababa de asignar una cama. Cuando me volví hacia el paciente al que había llamado, escuché una voz profunda tras de mí: "Perdone, señorita…".
Cuando me di la vuelta vi un hombre bastante alto como de unos veinte años. "Siento molestarla", dijo, "sólo quería saber si estaba usted trabajando en la UCI hace como un año". Me llevó un segundo recordar su cara, entonces me inundaron los recuerdos según le decía que sí.
"Jamás olvidaré su voz y sólo quería darle las gracias por toda la amabilidad y la atención que mostró," me dijo. "Nunca la olvidaré hablando conmigo cada día y nunca podrá imaginar lo mucho que significaban para mí su dulzura y amabilidad. Gracias."
Luego se alejó. Mis ojos se humedecieron mientras el joven, tan aparentemente sano ahora, me hablaba.
Este recuerdo temprano como fuente de fortaleza
Me he acordado de este joven muchas veces a lo largo de mi carrera, cuando estaba cansada o frustrada, y he compartido la historia con muchas enfermeras jóvenes que querían centrarse en los procedimientos más que en los pacientes. La enfermería es más que ciencia. Es una interacción personal que altera la vida en dos direcciones y que te cambia para siempre.
Para todas las enfermeras que sienten que están demasiado ocupadas para conectar personalmente con los pacientes: de hecho, lo estáis haciendo ya. Lo único que varía es la calidad de esa conexión. Unos minutos de atención, un toque cordial o una palabra amable pueden cambiar una vida.
Puede que no seas tan afortunada como yo de tener a alguien que te busque solo para decirte esto. Pero seguro que puedes entenderlo.
Y para ti, ese joven, donde quiera que te encuentres, gracias. Porque gracias a ti llegué a ser mejor enfermera.

La autora es Dawn Gould y el texto original, que fue publicado en el blog de la revista American Journal of Nursing, Off the Charts (de recomendable seguimiento), puede encontrarse pinchando sobre este enlace.


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