miércoles, 18 de mayo de 2016

El hombre unidimensional

Cuando pasan cosas serias como las que a veces pasan, créanme que no es fácil oponerse con éxito a las fuerzas gravitatorias que te empujan a convertirte en un ser unidimensional, dejar que todo tu universo gire en torno a una sola realidad y, como dijo el filósofo germano-estadounidense Herbert Marcuse, dejarte llevar por un "delirio persecutivo" o "paranoia interiorizada" que marcan y llenan desde la primera a la última hora de tu día.

Incluso quienes te apoyan en momentos tan complicados, de alguna manera te empujan también a esa despersonalización que conlleva la unidimensionalidad. Yo me resisto.


Desde el primer minuto en que se solicitó mi opinión sobre el asunto, afirmé sin muchos matices que el principal problema de la enfermería española es de orden político; por simplificar, que su verdadero "techo de cristal" no está tanto construido desde fuera, como bien apuntalado desde dentro por un puñado de maleantes.

Pero ello no significó entonces, ni debe significar ahora, adoptar una visión reduccionista de una realidad ciertamente compleja: junto a los graves peligros objetivos existentes en el ecosistema de las profesiones sanitarias, tan poblado por depredadores autómatas, nunca dejé de señalar en dirección a los viejos fantasmas familiares que acomplejan y atemorizan a la enfermería (española) en su marcha hacia un segundo golpe de mano evolutivo que vuelva a situarla en el centro del escenario.

El primer Salto Evolutivo tuvo lugar hace más de 30 años (digamos que entre 1979 y 1987). Luego vino la Segunda Glaciación de la que aún pugnamos por salir, esa congelación dolorosa de almas y voluntades que solo podrá acabar con la muerte (política) de un Régimen personalista que cercenó impunemente la democracia colegial para arrebatar, en beneficio de unos pocos, lo construido con el esfuerzo y los recursos de todos.

Ahora empezamos a poder visibilizar el desmoronamiento de este Régimen que, créanme, con un pequeño esfuerzo colectivo pronto será, como el franquismo, un doloroso pasado: falto por completo de legitimidad interna; golpeado duramente en algunos de sus ámbitos locales por movimientos surgidos, no de élites competidoras sino de las propias bases profesionales; resquebrajándose su entorno sociológico, debido principalmente a sus propios excesos, al menos entre los cooperadores necesarios más tibios y menos sectarios; convertido, en fin, en un zombie político que si no cae como las estatuas de Bagdad solo es gracias a la irritante falta de generosidad, coordinación y estrategia de la "oposición".



Pensando con un poco más de perspectiva, es cierto que también empiezan a estar alineados los astros o a ser más propicios los dioses, porque a los sistemas sanitarios está empezando a pasarles lo que con el cambio climático: solo ahora que nieva en verano y cae un sol sofocante en invierno empezamos a tomarnos en serio lo que hemos estado haciendo con nuestro planeta y que hemos fingido no saber durante tanto tiempo. Dicen que aún nos queda grado y medio de calentamiento global antes de que empiece el apocalipsis y tal vez los masters del universo decidan esperar hasta que solo quede medio... No seré yo quien apoye o reproduzca esta conducta suicida.

Tampoco en lo relativo a los sistemas sanitarios estoy dispuesto a esperar: solo ahora que están empezando literalmente a estallar las costuras del Sistema Nacional de Salud, como consecuencia de su inadaptabilidad evolutiva a unas nuevas realidades culturales, sociológicas, demográficas, tecnológicas y político-económicas, empezamos a asumir que no podemos seguir fingiendo que con los presupuestos conceptuales del actual modelo hegemónico, basado aunque sea de facto en la ingeniería médica hospitalaria, sea posible dar respuesta a estas nuevas realidades. Nos queda grado y medio de sobrecalentamiento cultural, político y financiero de las ingenierías médicas antes de que empiece, ahora sí, el apocalipsis sanitario.

Hoy ya no se puede negar, ni siquiera desde dentro de ella, una desagradable realidad: que la Profesión Médica, con toda su capacidad de influencia en las políticas sanitarias, no va a cambiar jamás; o al menos que no va a cambiar por sí sola, prisionera como está de la coalición entre la poderosa mesocracia médica asistencial y los estrategas de la Industria que al tiempo la nutren y vampirizan. Esta coalición sigue sosteniendo un modelo obsoleto pero lucrativo frente a los sectores más críticos de la propia profesión (médicos de familia y cuatro bichos raros salubristas) que tras exigir sin éxito durante años un cambio radical de modelo hoy parecen conformarse con la obtención de un mínimo reequilibrio presupuestario entre hospitales y centros de salud, por simplificar. Una cesión de poder y recursos que nunca va a producirse, al menos mientras no cambie el actual statu quo, lo cual requerirá de la aceptación de nuevos jugadores en el tablero. Jugadores capaces de retar este aparente orden natural de las cosas.



En esta tesitura, algunos reguladores políticos, organizaciones sanitarias y sistemas de salud han entendido que solo es posible un cambio que se apoye en una constatación tan sencilla como potente: más enfermeras, especialmente en la comunidad = mejor salud, funcionalidad personal y coordinación de recursos asistenciales = menos tratamientos evitables y efectos adversos yatrogénicos = menores costes sanitarios directos e indirectos entre la población con perfiles asistenciales más intensivos.

¿Cuál es el problema fundamental en estos países, una vez que han formulado un diagnóstico y tratamiento tan claros? No disponen de ese esencial recurso, enfermeras, con el volumen y cualificación que necesitarían. Pero España, esa extraordinaria anomalía en la galaxia sanitaria occidental, sí dispone de ese recurso, tanto en volumen como en cualificación. Sólo hará falta, quizás, que nuestros reguladores y directivos viajen un poco más y asuman que lo que en otros países no se puede hacer por falta de enfermeras (se importan con cuentagotas, muchas de ellas de nuestro propio país), aquí sí es posible.

Como digo en la intervención que más adelante les invitaré a escuchar, la enfermería que ha evolucionado mejor en sus respectivos ámbitos nacionales lo ha sido, no gracias a los astros ni a los dioses, sino porque ha sido capaz de hacer perfectamente visible su aportación potencial a la sociedad y los servicios de salud, asumiendo que eso exige: a) una presencia activa basada en una red sólida de enfermeras con habilidades comunicadoras que no huyan del debate, sino prestas a provocarlo; b) una voz inteligente e interesante que no se limite a repetir fuera lo que se comparte dentro, sino con un discurso construido ad hoc que se base menos en exhibir lo que se hace que en explicar lo que se podría hacer; c) una imagen definida, potente y atractiva bien fundamentada y que no sea remilgada a la hora de utilizar enfoques y técnicas de márketing puro y duro; y d) un cuerpo de ventas eficaz, es decir, liderazgos cooperativos, cohesionadores (hacia dentro) y estimulantes (hacia fuera), muy consistentes en los planteamientos de desarrollo profesional y altamente competentes en lo político, es decir, en la construcción del lobby enfermero.

¡Justo aquello de lo que hoy y aquí carecemos!


Para ese "día después" del que bajemos por fin la basura al contenedor y en el que esperamos que los astros y los dioses nos muestren su rostro más amable, serán necesarias para las enfermeras grandes capacidades de autocrítica y aprendizaje social que deberían comenzar a acumular hoy, sin esperar más.

Creo que en las reflexiones que durante poco más de 40 minutos compartí en Vic el pasado 13 de mayo con los asistentes al III Congreso Catalán de Enfermería de Salud Mental, así como en el breve coloquio posterior, pueden encontrar de manera bastante asequible mis reflexiones y puntos de vista sobre fortalezas y debilidades, activos y carencias de nuestra Enfermería en este siglo XXI. Mi lucha por combatir la unidimensionalidad, y aquí enlazo con el principio de la entrada.

Al tiempo que agradezco a Antonio Vaquerizo su invitación y a los asistentes el afecto que supieron transmitirme, les invito a escuchar la intervención y confío en que no les deje indiferentes.





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