jueves, 28 de enero de 2016

Enfermería: Profesión, profesionales, profesionalismo

El pasado día 26 de enero tuve el inmenso placer de compartir jornada en el Centro Hospitalario Padre Menni de Santander con casi 300 profesionales de enfermería (para que luego digan del pasotismo de la profesión), además de aprender mucho de un par de experiencias en el mundo real, dirigidas por líderes motivados y competentes, que haberlos, haylos. Fue en las I Jornadas sobre Buenas Prácticas en Enfermería, organizadas por Marian Carbajo (@MarianCarbajo), directora de enfermería del Centro, y su formidable equipo. Quedé francamente agradecido por la invitación, la experiencia y el magnífico trato.


He adaptado un poco la presentación (no es lo mismo utilizarla mientras hablas que repasarla sin comentarios) y se la dejo al final por si a alguien le sirve de inspiración (de lo que hay o no hay que hacer con estas cosas).

El mensaje que quería dejar puedo sintetizarlo así:

Se está produciendo una cierta rebelión contra la esclavitud de una ideología dominante sobre las "esencias enfermeras" dentro de la profesión. Los evidentes excesos que se han producido, el "discurso de los ángeles", deposita una carga dura y no equitativa sobre los hombros de las enfermeras; no sirve para reducir la brecha profesional con otras profesiones clínicas ni para romper el techo de cristal que impide a la enfermería desempeñar su profesión hasta el límite máximo de sus competencias y capacidades. Por eso, cada vez más enfermeras se reclaman, y quieren que se las identifique así, miembros de una profesión fuertemente asentada en la ciencia, el conocimiento y la tecnología. ¿Significa ello tener que renunciar a esas "esencias" humanistas?

Basándome en el ejemplo de la reciente "crisis de compasión" dentro de la enfermería inglesa, que eclosionó hace unos tres años y que resumo brevemente, trato de moverme entre los dos arquetipos clásicos de la relación entre persona y sociedad en nuestro mundo occidental: el cristiano (cambiemos a las personas para que pueda cambiar la sociedad) y el marxista (cambiemos la sociedad para que puedan cambiar las personas). Evidentemente, se trata de paradigmas o modelos anticuados, especialmente en esta "modernidad líquida" que nos sirve de casa, pero que de alguna manera siguen vigentes en algunos discursos "voluntaristas" dentro de la profesión.

Porque lejos de guiarse fundamentalmente por la teoría de la "racionalidad utilitaria" (hacer aquello que maximiza los resultados personales), la conducta humana está condicionada por valores y actitudes personales (lo que uno aporta: tesis) y por su interacción dentro de las organizaciones e instituciones (lo que uno recibe; antítesis), siendo la conducta humana esa imprevisible síntesis entre acción y reacción. Ni siquiera, como bien analizó Carlo M. Cipolla, es preciso ser un egoísta contumaz para resultar pernicioso dentro de la sociedad o de una organización: la estupidez está muy presente entre las conductas humanas.

Refiriéndonos ahora a los profesionales, presento mi modelo de cremallera en el que el profesionalismo, entendido como lo colectivo dentro de lo individual, o sea, una ideología colectiva que trata de impregnar los valores y actitudes personales, forma parte para bien o para mal de la aportación del profesional-persona a la organización; junto con las estímulos que recibe dentro de esta, se va conformando su aportación y de ahí saldrá, o no saldrá, lo que las organizaciones profesionales deben perseguir como premisa y fin principal: la implicación, aportación y responsabilización de todos y cada uno de los profesionales que la conforman.

Paso finalmente a analizar el tema que personalmente más me preocupa de todos (y hay donde elegir): el complicado y peligroso proceso de socialización de las nuevas generaciones de enfermeras que van sustituyendo a las baby-boomers que se empiezan a jubilar masivamente. La historia reciente de la enfermería es la de su frustración ante el hecho innegable de que en los últimos 25 años no se ha resuelto o cerrado de manera favorable ninguno (es decir: ni uno solo y eso que son numerosos) de los frentes abiertos: prescripción, especialidades, homologación real en torno al grado, práctica avanzada, liderazgo clínico basado en méritos y no en títulos, papel central real en las estrategias de crónicos, carrera profesional-profesional, acceso a los centros de decisión política, consecución de un lobby enfermero competente y efectivo.

Tenemos, pues, un contexto de alta frustración, en el que asistimos, además, a los terribles efectos de la crisis socioeconómica (y de modelo) en la que aún estamos inmersos. Algunas de las políticas de crisis son "de ciencia": se podrá o no estar de acuerdo con las actuaciones que conllevan, pero podemos acordar que se basan en tratar de dar solución a problemas reales que explican las matemáticas. Así, los recortes prsupuestarios se traducen en menores plantillas y, por tanto, tienen un doble efecto: enviar al desempleo a miles de enfermeras y aumentar de manera insoportable las cargas de trabajo de quienes tienen la fortuna de (man)tener un empleo enfermero.

Esta políticas han comportado unos cambios brutales en la pirámide social de la profesión, como podrán ver en las diapositivas correspondientes de la presentación: la clase media acomodada se convierte, tras recortes de sueldo y ventajas laborales, en clase media-media y reduce a la mitad su presencia; el proletariado, conformado por las obreras precarizadas (antes no había desempleo o era anecdótico), se multiplica por tres o por cuatro en efectivos; y, finalmente, aparece un lumpemproletariado formado por los excluidos del sistema: parados, subempleados, emigrantes.

Pero en estos cambios también tienen que ver, naturalmente, lo que yo llamo políticas "de letras", que no se justifican objetivamente de ninguna de las maneras, excepto por la irresponsable incompetencia de las administraciones públicas de uno u otro(s) signo(s). Esas políticas han llevado a que hasta el 50% de las plantillas "orgánicas" o estructurales estén cubiertas con contratos o nombramientos temporales; y que, además, los puestos temporales más estables (interinidades) vayan siendo sustituidas por empleos eventuales.

Todo ello se justifica desde los servicios de salud como un prerrequisito de flexibilidad para obtener la eficiencia de los recursos humanos. Pero si tenemos en cuenta que frente a ese 50% de los servicios sanitarios públicos el sector privado (sin o con ánimo de lucro, pero siempre con exigencias añadidas y tangibles de eficiencia y suficiencia económicas) mantiene únicamente en torno a un 20% de sus plantillas estructurales con empleos no indefinidos, la coartada de la eficiencia se derrumba y deja paso a la única interpretación: la de la incompetencia y la degradación de la ética de lo público entre los empleados públicos (directivos no asistenciales; con la colaboración necesaria de muchos directivos sí asistenciales) que toman decisiones sobre bolsas de empleo, estructuras de las plantillas, procesos selectivos, etc., instaurando un modelo de relaciones laborales que no se toleraría ni en China

En definitiva, la suma de estas políticas "de ciencias" y "de letras" conduce a una situación en que las nuevas cohortes egresadas de las flamantes facultades de enfermería, que han venido siendo fuertemente socializadas dentro de ellas en modelos, idologías y discursos esencialistas, se asoman al mundo profesional y reciben, no una, sino muchas bofetadas: tardan meses, si no años, en salir de la exclusión para adentrarse en el desemprecariado, en el cual son movidos vertical (empleo-desempleo) y horizontalmente (de pediatría a extracciones a consultas externas a nefro a domiciliaria a cardio a transfusiones a paritorios a colonoscopìas a..., todo en un solo semestre) a voluntad de los gestores. Ello supone que es imposible que conozcan, aprendan e incorporen los valores del profesionalismo, algo que se produce sobre todo por imitación de los mentores, por no hablar de las curvas de experiencia y aprendizaje de técnicas, procedimientos y protocolos, etcétera etcétera.

Y además, no obtienen formación de posgrado o continuada estudiando lo que más les atrae o más necesitan los servicios sanitarios, sino lo que da más puntos en las bolsas de desemprecariedad, esa caprichosa y cruel puerta giratoria entre desempleo y precariedad.

Todo lo anterior, las políticas "de ciencias" y "de letras", no solo se traducen necesariamente en riesgos para la calidad y seguridad de los cuidados enfermeros, sino también en una suerte de nihilismo profesional que detectamos en nuestra encuestas entre los profesionales que llevan en el mercado profesional entre 5 y 10 años. Un enorme problema porque los servicios de salud estarán principalmente en sus manos dentro de solo 10 o 15 años...

Es una seria, muy seria, amenaza contra el profesionalismo que en estos momentos es más fundamental que nunca como guía de los valores, actitudes y conductas de las enfermeras y enfermeros.

Tras preguntarme si estamos ya ante una enfermería...

  • Subordinada
  • Sin liderazgos
  • Sin auto-confianza
  • Pasiva y desunida
  • Y donde todo el mundo va a su bola
 ...apuesto por la necesidad de avanzar...
  • De una cultura individualista a otra de grupo
  • Donde uno pueda sentirse orgulloso de todo lo que ya se ha caminado
  • Pero sabe y asume que hay que seguir creciendo
  • Siendo más iguales (para realizar una aportación de conjunto visible a la sociedad) y al tiempo más diferentes (para dar respuestas específicas a problemas específicos)
  •  Y exigiendo unos liderazgos limpios, portadores del nuevo profesionalismo, que hoy no existe, enfangados como están los actuales dirigentes en sus porquerías contables y luchas de egos.

En fin, les dejo con la presentación:



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