jueves, 17 de diciembre de 2015

Poder, identidad y lenguaje (II)

(Esta entrada la tengo prevista hace meses, pero nunca encontré el hueco, entre tanta turbulencia, para escribrirla y publicarla sin que parezca una frivolidad, con la que está cayendo (eso mismo ha pensado y me ha dicho, excediéndose claramente en sus funciones, mi revisora). Pero tras la agitación que ha supuesto la encuesta sobre prescripción enfermera (que si lee esto antes del 21 de diciembre aún está a tiempo de cumplimentar pinchando aquí o en el banner de la derecha, gracias) me ha relajado bastante hacerlo. Ayer publiqué la primera parte y mañana haré lo propio con la tercera y última. Gracias por su lectura, sus opiniones serán muy bienvenidas).

Retomando desde donde acabé ayer: la segunda excepción, que a mi juicio tiene mucho más trasfondo simbólico y cultural que la anterior, a esa regla no escrita de que los nombres de los colegios deben referirse a quienes los componen (profesionales, o sea personas) es que 47 de los 52 colegios que encuadran a las enfermeras en España no se denominan Colegio de Enfermeras, ni Colegio de Enfermeros, ni Colegio de Enfermeras y Enfermeros, ni Colegio de Enfermeros y Enfermeras, que son las cuatro posibilidades de insertar el nombre de los profesionales de la enfermería en la denominación oficial de la institución.


Con la excepción de la denominación Col·legi Oficial d'Infermeres i Infermers de Barcelona, de Lleida y de Tarragona; el Col·legi Oficial d'Infermers/eres de Girona; y el Colegio de Enfermeros de Tenerife, todos los demás, salvo error por mi parte que estaré encantado de subsanar, usan la denominación Colegio Oficial de Enfermería.

Esto irrita sobremanera a algunos enfermeros de las redes sociales, que protestan al respecto cada vez que lo ven, y creo que con razón (aunque -y solo me refiero a estos en concreto- si fueran tan activistas en cuanto a otras reivindicaciones y problemas y no solo tan quejicas, probablemente sería más fácil subsanar esta gran anomalía).

Recordemos la evolución en la denominación que se produce en los estatutos de 2001 (y se ratifica en el abominable proyecto de estatutos-mordaza presentado hace dos meses): hasta entonces los colegios se denominaban colegios oficiales de diplomados en enfermería; y pasan a llamarse colegios oficiales de enfermería.

Ser enfermero es una condición.

Ser diplomado en enfermería es una circunstancia.

Ser Enfermería... es no ser persona: masificación y cosificación en una sola palabra.

¿Se perseguía realmente un atentado moral de tal calibre contra la dignidad de las enfermeras/os con este cambio en la denominación de los colegios? Yo creo que, aunque las consecuencias simbólicas son estas, no fue todo tan esquemático o lineal o programado. Hay que hacer un poco de historia (contemporánea, no se me asusten) para analizar las decisiones en su contexto apropiado. Yo creo que en realidad se perseguían tres cosas:

Expropiar los colegios a los colegiados y darle la propiedad de facto, en vez de a sus legítimos dueños, a una entelequia administrada por una Camarilla. Esto se llama usurpación.

Ocultar el estigma de la diplomatura, para que esas mismas élites pudieran ser admitidas en pie de igualdad por sus envidiados colegas, licenciados y doctores. Esto se llama complejo de inferioridad.

Asexualizar y borrar las referencias de género que molestaban y ponían en evidencia a la androcracia que ostentaba el poder. Esto se llama machismo.

Sobre el primer punto he hablado y escrito ya tan largo y seguido que me permitirán que no abunde más y me centre en los otros dos, que son algo más novedosos. Si quieren una visión sintética -la mía, claro- que profundice en la génesis del poder de esta Camarilla y de su férreo dominio sobre más de un cuarto de millón de almas y sus recursos, pueden leer mi entrada La fábula de la organización cautiva, que escribí hace ya más de cuatro años).

Hagamos, pues, un poco de historia.

Este cambio en la denominación se produce en unos momentos en los que la reivindicación de la licenciatura en enfermería como titulación habilitante gozaba de gran apoyo entre las élites enfermeras. Se ha justificado como un deseo o intento de borrar el estigma de la titulación de grado medio y ampliar la denominación para recibir a los flamante futuros licenciados. Como los jerifaltes orgánicos gozaban de información privilegiada y sabían que dicha licenciatura ni estaba, ni se la esperaba, se dejaron un pastizal para que la Universidad Católica de Murcia, generosa en su política de convalidaciones de asignaturas y sin grandes exigencias presenciales (ni, según dicen los maliciosos, de cualquier otro tipo), les expidiera un título de licenciados (en Antropología Social y Cultural), de manera que pudieran acceder a los estudios de doctorado y a las plazas de personal funcionario docente e investigador, tan convenientes para alejarse de la odiosa práctica asistencial. Entre ellos, cinco de los siete miembros con curriculum accesible (el presidente, dos de los tres vicepresidentes, el secretario general y el vicetesorero) de la Comisión Ejecutiva del Consejo General. Encajar con tu flamente titulación superior en una institución de titulados medios no era muy cool...

En segundo lugar, algo más de consenso obtiene la justificación del cambio de denominación como un intento de superar sin hacer sangre la eterna polémica entre utilizar el genérico enfermero (basado en la norma común gramatical) o enfermera (basado en la realidad sociológica). Lo cierto es que estas posiciones siempre estuvieron enconadas.

Por un lado, la corriente ‒o, mejor, el alma‒ feminista del movimiento de regeneración democrática que tomó al asalto el poder colegial durante el tardofranquismo siempre apoyó la denominación genérica femenina (*). Hay que entender que el enorme salto adelante que experimentó la enfermería española entre 1977 y 1987 fue obra de una joven enfermería femenina, impulsada, como suelo llamar a tantas queridas amigas, por las madres fundadoras: apenas si hubo algún padre fundador (Eseverri es la excepción más notable, si no me falla la memoria), pero fueron eso, pequeñas excepciones que confirmaron el liderazgo femenino/feminista. En realidad, los enfermeros varones antifranquistas habían encontrado mejor refugio en los sindicatos de clase y también realizaron un extraordinario papel, pero no formaron parte de la élite intelectual de la época, inclinándose posteriormente más bien por la gestión que por la docencia o la investigación, a diferencia de la mayoría de sus colegas coetáneas del sexo femenino que optaban por abandonar la enfermería asistencial.
(*) Incluso recuerdo haber escuchado en petit comité a una de las madres fundadoras, Rosamaría Alberdi, defender el uso del sustantivo los enfermeras (como los maquinistas, creo que puso como ejemplo), a modo de síntesis dialéctica entre la tesis gramatical y la antítesis sociológica. Así lo recuerdo, al menos (si no fue así, aceptaré de buen grado la corrección); pero aquello, que entonces me pareció un exceso, incluso un desatino, por qué no negarlo, hoy puedo aceptar que se trataba de una propuesta tan inteligente y apoyable... como fuera del contexto de la época.

Este posicionamiento a favor del genérico femenino tuvo un éxito relativo. Si bien tuvo un cierto predicamento entre la nueva intelligentsia masculina, enfermeros cultos, más jovenes, socializados ya en las nuevas escuelas, modelos y liderazgos de enfermería, que comenzaron a denominara a sí mismos sin complejos como enfermeras, los baby-boomers, mujeres y hombres ya entonces en la cuarentena o casi, nunca adoptaron esa referencia cultural. Y lo más grave es que, como en tantas otras ocasiones, por no decir como siempre, fuera de la enfermería jamás se utilizó la denominación enfermeras para referirse al conjunto del colectivo o a la profesión. Entre la gente común, siempre fue los enfermeros la manera de referirse al colectivo. Y en los medios de comunicación, donde escribir en un titular Los enfermeros se convirtió con el tiempo en una acción duramente censurada por machista y políticamente incorrecta, tampoco fue reemplazado por Las enfermeras, sino por el aséptico La Enfermería o, más recientemente, Enfermería.


Volviendo a los años ochenta del pasado siglo, pronto se produce la contrarreforma reaccionaria, obra del puñado de varones que, primero fundando el sindicato de ateeses, después diversificando el portafolio y ocupando los colegios (aprovechando la desbandada de las enfermeras progresistas hacia el plácido refugio universitario), tomaron posesión de la profesión. Posesión en el sentido más literal del término. Con guante de seda, si se quiere, en el capítulo sindical; con desnudo puño de hierro, en el colegial: a fin de cuentas, sindicarse es opcional, hay que cuidar un poco al cliente; pero colegiarse no es optativo, así que puedes liarte a zapatillazos con el pringao si consigues tener bien amarrada tu democracia orgánica estatutaria.

La elección del apellido del sindicato de enfermeros como de ateeses no es casual, evidentemente. Con la elección de ese nombre no solo se reivindicaba la función (ayudante técnico del médico), sino que tambien se exaltaba la condición masculina, ya que, por mucho que en 1953 se fundieran las tres profesiones existentes en una sola (Ayudante Técnico Sanitario,), siempre predominó culturalmente la distinción entre hombres (ateeses) y mujeres (enfermeras).

Esta caverna troglodita siempre tuvo claro, y se conjuró para ello, que si no se podía utilizar el genérico masculino, jamás se iba a utlizar el femenino, así que se hizo preciso avanzar hacia lo epiceno; pero, como de haberse adoptado La Enfermería la profesión hubiera continuado siendo del género femenino, fue fácil dar un paso más allá en la desfeminización: y nació Enfermería.


Mañana, en la tercera y última entrega,me referiré un poco más a todo esto. Pero para ponernos en ambiente, déjenme que les cuente que en Estados Unidos, la cuna verdadera de la enfermería moderna, siempre predominaron las mujeres (son el 90% del colectivo; aquí son el 85%). Se generalizó el uso del femenino y los hombres, aunque fueron amablemente aceptados dentro del colectivo, ni de lejos tuvieron ni tienen, como por aquí, el peso fundamental del liderazgo, ni externo ni interno. La de enfermera es en Estados Unidos una profesión política, cultural y sociológicamente femenina.

Pues bien, después de tantos años de predominancia femenina, resulta que la enfermería es uno de los sectores productivos en los que menos se ha avanzado en la eliminación de la brecha salarial. De hecho, los enfermeros varones cobran entre 4.000 y 7.500 dólares más que sus contrapartes femeninas.



Paradojas... O que quizás no es todo tan sencillo.


2 comentarios:

  1. Estupenda síntesis y amena narración de la precuela de nuestros problemas actuales. La verdad lo de nombre SATSE ya es tan absurdo como PSOE . Pero supongo que creen que la marca tiene cierto valor por mucho que la hayan devaluado.
    Por otra parte, si la masa crítica se fue a la universidad , la desconexión entre teoría y práctica no es solo culpa de los santos varones. Aquí hay para todos, en fin una pena. A ver mañana

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    1. Como me habrás oído alguna vez, en vuestra querida y puñetera profesión cada cual va a su bola, así que cada palo que aguante su vela. Un abrazo.

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