Texto redactado a partir
de las notas para mi conferencia en Oviedo del día 14 de noviembre de 2015,
"Enfermería: Un relato de consenso para iniciar un proceso de regeneración institucional"
"Enfermería: Un relato de consenso para iniciar un proceso de regeneración institucional"
Ayer, segunda entrega: "(2) De Ciencias..."
Pero también en el lado de las políticas o soluciones “de letras”, aquellas que no resulta creíble achacar a los números (recortes presupuestarios), sino a las políticas de recursos humanos, se producen efectos negativos de gran transcendencia:
En primer lugar, fenómeno este que ya advertimos que no es de raíz
financiera sino política, la dramática precarización del empleo enfermero que
se está produciendo en el sector sanitario público, en el que se genera el 70%
del empleo del colectivo: más de la mitad de los puestos de trabajo ocupados por
enfermeras son cubiertos actualmente con contratos o nombramientos de carácter temporal.
Aun restando el empleo intrínsecamente coyuntural (eventualidades, sustituciones, formación, etc.) y centrándonos por tanto en el empleo estructural, es decir, aquel que no está sujeto a estacionalidades, fluctuaciones de demanda u otros factores productivos, en torno al 40% de los contratos o nombramientos también es de carácter temporal o “no fijo”: un porcentaje que se acerca al 90% entre quienes llevan menos de seis o siete años (el tiempo que llevamos sin generar de manera significativa empleo sanitario fijo) en el mercado de trabajo.
Aun restando el empleo intrínsecamente coyuntural (eventualidades, sustituciones, formación, etc.) y centrándonos por tanto en el empleo estructural, es decir, aquel que no está sujeto a estacionalidades, fluctuaciones de demanda u otros factores productivos, en torno al 40% de los contratos o nombramientos también es de carácter temporal o “no fijo”: un porcentaje que se acerca al 90% entre quienes llevan menos de seis o siete años (el tiempo que llevamos sin generar de manera significativa empleo sanitario fijo) en el mercado de trabajo.
Esta dinámica perversa afecta especialmente a grupos de mediana edad
(30-40 años, por redondear) que, aunque han salido de las situaciones más
dramáticas de “desemprecariedad” que hemos apuntado antes, siguen sin
obtener un empleo de calidad que les permita afrontar la vida adulta con la
mínima estabilidad profesional que requiere y han visto como en apenas 20 años
se multiplicaba casi por siete u ocho el tiempo medio transcurrido entre la entrada
en el mercado laboral y la obtención de un empleo público fijo: sus compañeros
de 50 años tardaron en torno a tres-cuatro años en conseguirlo; los de
cuarenta, ya más cerca de 10 o 12; y los que tienen en torno a la treintena
habrán consumido fácilmente cerca de 20 años intentándolo.
Es dentro de estos colectivos donde encontramos las principales bolsas
de desmotivación soterrada, a menudo convertida en hostilidad manifiesta, con
respecto a la propia profesión y a su empleador; con el agravante de que hoy en
día no existen otros horizontes laborales alternativos, por lo que tener que
“seguir trabajando en lo suyo” puede llegar a convertirse en una verdadera
maldición para la que no parece haber escape.
Por si las cosas no pintan ya suficientemente graves, nos encontramos en
segundo lugar con dos agravantes generalizados: por un lado, el descenso de las interinidades como forma principal de cubrir las vacantes;
efectivamente, las interinidades, situación mucho más estable laboralmente que la del resto del empleo no fijo,
han ido siendo sustituidas progresivamente por otras formalizaciones
jurídico-laborales perversas, como la de los denominados “eventuales
estructurales”, como consecuencia de las constantes amputaciones en las
“plantillas orgánicas” y “relaciones de puestos de trabajo”; por otro, las flagrantes
ilegalidades (que consienten y cometen, además, organismos públicos que
deberían limitarse a aplicar las normas del estado de derecho pero las
pervierten constantemente), que no son sino desvirtuaciones en claro fraude de
ley del “régimen estatutario de personal” y que han generado, dejadas
interesadamente en manos de incompetentes burócratas, sistemas y formas creativas de contratación que no se
tolerarían ni en los mercados laborales más desregulados del mundo, aparte de la esclavitud. Y que, desde luego,
jamás podrían ser aplicadas por los empleadores privados, sometidos estos a unas
regulaciones y controles que, siendo mucho más flexibles que hace unos años, no
llegan ni por asomo a la liberalidad sin freno de los empleadores públicos.
Estas costumbres depredadoras que aplican los departamentos de personal
persiguen, supuestamente, disponer de unas plantillas de personal más flexibles
y “funcionales”, sirviendo al noble objetivo de alcanzar mejoras amplias y sostenidas
en la eficiencia del personal, en orden a garantizar la suficiencia de los
mermados presupuestos públicos.
Sin embargo, esta “filosofía” choca con el hecho objetivo de que los
empleadores sanitarios privados, que sí se juegan de verdad la supervivencia de sus empresas en el terreno de la
coste-efectividad de los recursos, mantienen generalmente unas tasas de empleo
temporal que no suelen superar el 25%, más o menos la mitad que sus
contrapartes del sector público.
Mañana, cuarta entrega: "(4) La burocracia es ciega"
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