Texto redactado a partir
de las notas para mi conferencia en Oviedo del día 14 de noviembre de 2015,
"Enfermería: Un relato de consenso para iniciar un proceso de regeneración institucional"
"Enfermería: Un relato de consenso para iniciar un proceso de regeneración institucional"
Ayer, primera entrega: "(1) Cansancio, agravio, frustración"
A la situación generada por estos desarrollos frustrados, que en buena medida no lo han sido por motivos económicos sino políticos, hay que añadirles los
efectos terribles de la crisis económica y los recortes sanitarios, que se han
cebado de manera especial en la Enfermería por su cualidad de actor político y
sindical débil, desmovilizado y descohesionado y con liderazgos burocratizados y alejados de la profesión.
Aunque estos efectos tiendan a presentarse como meramente coyunturales y se asegure que según la economía lo vaya haciendo posible serán solo “sombra del pasado”, el tema es mucho más complicado y con graves consecuencias, no solo en lo personal, sino también en la estructura social de la profesión, ya que aquí se entrecruzan y potencian mutuamente hasta cinco aspectos importantes.
Aunque estos efectos tiendan a presentarse como meramente coyunturales y se asegure que según la economía lo vaya haciendo posible serán solo “sombra del pasado”, el tema es mucho más complicado y con graves consecuencias, no solo en lo personal, sino también en la estructura social de la profesión, ya que aquí se entrecruzan y potencian mutuamente hasta cinco aspectos importantes.
Con respecto a algunos de ellos, es posible entender que quienes han
ejecutado los recortes lo hayan hecho de buena fe, convencidos de que se encontraban ante un
problema “de ciencias” (matemáticas): “si me recortan un x por cien el
presupuesto de mi servicio de salud, yo recorto un x por cien el presupuesto de
mis centros de gasto”. Naturalmente, es mucho más cómodo hacerlo de manera
lineal que aplicando inteligencia… pero eso sería ya un problema “de letras”
(gestión).
En el lado de los problemas “de ciencias” encontramos lo siguiente:
Primero, que los recortes presupuestarios se materializan a través de una
degradación de las condiciones laborales y retributivas del personal, lo cual
tiene un impacto cierto en su desafección con respecto a sus organizaciones
(aunque las políticas se decidan en el ámbito general, se concretan, adaptan y
visibilizan en el local). No es sin duda el problema más grave a corto plazo,
ya que comparadas con otras situaciones personales mucho más dramáticas, son
percibidas por los propios afectados como “menores”; pero las secuelas a largo
plazo son inevitables y muy difíciles de reabsorber.
(Y, por cierto, cuando hablamos de condiciones laborales no solo nos
referimos a sueldos, flexibilidad funcional o jornada laboral, sino también a
los recortes, aún mucho más drásticos, en otras retribuciones “en especie” que
son muy valoradas por los profesionales y guardan una estrecha relación con
su propia autoestima y profesionalismo: presupuestos para formación, apoyo a la
investigación, ayudas para la asistencia a congresos y jornadas, fondos documentales, redes de desarrollo profesional continuado, etc.)
Segundo, que los recortes presupuestarios también se materializan recortando las
plantillas de personal, lo cual se traduce necesariamente en un incremento en
las cargas de trabajo que siempre produce agotamiento, estrés y desmoralización
a las decenas de miles de profesionales afectados. Pero más allá de los
efectos personales, ya de por sí graves para el mantenimiento de un clima
laboral cooperativo, suponen también, como está demostrado y reconocido, un
deterioro de la calidad y seguridad de los cuidados de enfermería que, a su
vez, se concreta en peores resultados asistenciales (mortalidad, deterioro de
las condiciones de salud, complicaciones asistenciales y sobreutilización de
los recursos: lo barato puede salir muy caro). Y si estas consecuencias no son
más graves, es sin duda gracias a la profesionalidad y un sobreesfuerzo no
retribuido de los profesionales.
Tercero, que los recortes presupuestarios se materializan
produciendo un desempleo masivo y estructural de enfermeras (fenómeno
demográfico nunca antes experimentado en España y que no se produce en ningún
otro país de nuestro entorno), con especial incidencia en las nuevas cohortes
de graduados que, mejor formados probablemente que nunca, han visto cómo se
multiplicaba por tres o cuatro la duración de la situación de desempleo que se
prolonga entre la obtención del título y el acceso a los primeros –y muy
efímeros y degradados– empleos. Incluso después de estos primeros contactos, los
jóvenes se enfrentan, como veremos a continuación, a largos años de puerta giratoria entre desempleo y precariedad
(la “desemprecariedad” de la que hemos hablado en otras ocasiones). Resulta
ocioso, por evidente, insistir en las peligrosas consecuencias que tiene este choque
entre expectativas y realidades en la entrada al mercado laboral sobre el
proceso de socialización y construcción de su identidad profesional en los miles
de jóvenes recién graduados cada año que serán los hombros sobre los que
recaerá el sostenimiento del sistema de salud en un futuro.
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